Iris Murdoch

El lenguaje, las palabras precisas, me parecen esenciales en una novela. Con recelo, abro los libros antes de traérmelos a casa y leo algunas líneas, escudriño en el lenguaje elegido por el autor, me retraigo cuando topo con palabras que me parecen poco apropiadas para una narración, cuando el estilo es lo que menos le importa al escritor al que estoy valorando al vuelo (porque soy consciente de que solo se trata de una valoración precipitada, urgente, como cuando conoces a una persona y pretendes en un minuto decidir si te caerá bien o mal el resto de la vida). Reconozco que el lenguaje cercano a lo poético es el que prefiero, el que me gana con prontitud y sin demora. Así como las narraciones en primera persona, ya que me creo más el tono, lo que se me cuenta, entro más fácilmente en la perspectiva.
Pero, claro, los gustos están para que venga alguien y nos los cambie, los altere, los modifique y nos abra a nuevos gustos. Leyendo a Iris Murdoch -me reservo el nombre del libro, espero hablaros de él más adelante- encuentro un estilo que no da la espalda a algunas frases hechas que me incomodan, a párrafos que son un puente, un camino necesario para llegar a otros donde el lucimiento aguarda, conmueve, casi hechiza. Son párrafos de transición que uno, amigo de la esencia y del menos es más, mira con cierto desdén, tolera y corre en busca del nuevo descubrimiento, del hallazgo deslumbrante. Son párrafos escritos usando la tercera persona. Pero no defrauda Iris Murdoch. Qué gran escritora, qué sabia creadora de personajes y de situaciones. Y qué talento, amigos. He aquí un ejemplo sobresaliente:
Un chico y una chica están sentados juntos en el suelo. No saben que se atraen, aunque ese hallan solos en un cuarto. Escribe Iris Murdoch: " Continuaban mirándose, sus penetrantes e inquisitivas miradas se disolvían en una especie de visión cegada". Y concluye el inicio del afortunado encuentro así: " Sus labios [los de él] rozaron ligeramente la mejilla de Sefton. Vio que cerraba los ojos. Cerró los suyos. Sus labios [los de ambos], moviéndose con apremio, pero con callada precisión, como pájaros volando en la noche, se encontraron un segundo".
Magnífico, ¿verdad?


Foto de Iris Murdoch: Chris Davies / ArenaPAL

La realidad

No resulta fácil encontrar la realidad. Parece que está ahí fuera, al otro lado de la puerta, pero no es cierto. Estamos todo el tiempo inventándola, cambiándola, adaptándola, falseándola. Los primeros que se dieron cuenta, como siempre, fueron aquellos que tienen el poder. Si insistimos en nuestras verdades (aunque sean mentiras), los que nos siguen (o nos temen) acabarán por ver con nuestros ojos: nuestra realidad. Parece ser que fue muy importante el trabajo que llevó a cabo un medio olvidado pero inolvidable (el que no sabe, el que no recuerda, es víctima del siguiente tropezón siempre) personaje nazi al respecto.
Después se dieron cuenta los publicistas. Si contamos de manera bella, aunque el producto no sea bello ni vaya a convertir en bellos a los compradores, quizá seamos bellamente recompensados con muchas compras. Quizá por eso detesto la publicidad. Jamás dudo y siempre cambio de canal cuando aparecen los dichosos anuncios alzando su voz alegre y con sus músicas pegadizas (qué robo, qué deterioro artístico: por qué nadie se queja de que tomen fragmentos musicales de otros para vestir mejor sus mercancías, me pregunto), atados siempre a una brevedad no siempre acertada que en ocasiones estomaga tanto como una mala y larguísima película.
Por ultimo, los periódicos y las revistas (este repaso es corto y sesgado, como podéis ver) apostaron por mirar solo con un ojo alrededor y contar atendiendo a la insorteable vicisitud de quién pone el dinero para informar y editar y sacar a la luz de una manera u otra un material tan sensible como la realidad. Aunque la mayor parte de las noticias son servidas por agencias y apenas en nada varían al llegarnos, hay muchos detalles, titulares de portada y letra menuda que atraen o repelen de inmediato y sirven para compartimentarnos, para meternos en pequeñas bolsas de realidad: se insiste, se dice lo sabido, lo que se espera, y el lector no se sorprende, no salta de la silla, no se indigna, porque lee para ratificar lo que sabe y piensa. Así, su realidad es cada vez más parcelada y escasa.
No es de extrañar que el ser humano cada vez esté más estancado, que se dedique -en principio solo en los ratos libres, para relajarse, dicen otros - a consumir programas y revistas del corazón, en los que hallan emociones fuertes, insultos, descorazonamientos en vivo, rupturas de pareja con locutor cerca, como si de un partido de fútbol se tratara. Y es que está dejando de importarnos la realidad, no nos priva, no nos conmueve. No sabemos qué es. Mi realidad es mi familia, dicen algunos: nada cae fuera de su radio de acción. Mi realidad es internet, creen otros, que invierten mucho tiempo en espacios creados para ver fotos, escuchar canciones y charlar sin voz pero con muchas teclas (bueno, quizá no sean demasiadas). Casi todas las personas con las que trato diariamente creen saberlo casi todo de lo que les interesa, les conmueve o les afecta. Han establecido los límites de su realidad. No quieren más, no aceptan más. No quieren cambios, no quieren sufrir con lo que no conocen.
La realidad es cada vez más cerrada, reaccionaria, monolítica, estrecha y conformista. Menos mal que es la realidad que creemos ver. Menos mal que no es la verdadera realidad.


Imagen: Cuarto de baño, de Antonio López

Javier Marías: Tu rostro mañana 3. Veneno y sombra y adiós

Culmina la novela con este volumen en el que lo intuido y lo imaginado y lo temido llegan a su fin. Quizá porque lo más decisivo, lo más concreto, lo que da el sentido a todas las piezas del libro se encuentra presente en estas páginas podríamos decir que es la mejor parte. Pero también porque -a diferencia de lo que ocurría en el segundo volumen, de desarrollo y plasmación más lenta en todo lo que se dice, se ofrece y se muestra (sólo a medias)- en estas páginas vemos más cosas, Marías narra dos episodios que son los mejores del libro y se me antoja además que inolvidables para cualquier lector. Los vídeos de muerte y brutalidad que el jefe de Deza le muestra una noche y el arreglo de un asunto que lleva al protagonista y narrador a Madrid -su ciudad, donde todo empieza y donde todo acabará- y a empuñar una pistola y a dudar si dispararla contra un hombre son un broche perfecto a esta historia que sólo en dos actos como estos y con la categoría narrativa de Javier Marías pueden ofrecer conclusiones, emociones y razones para saber que estamos ante una de las novelas fundamentales del siglo XXI en nuestra lengua.
Vemos el conjunto y entendemos que Marías ha meditado a lo largo de muchas páginas acerca del miedo, de la delación, de la violencia, el asesinato, la mentira y la manipulación. Deza, en el grupo secreto e innominado en el que trabaja, perteneciente al servicio secreto británico, en las conversaciones con un viejo amigo inglés que estuvo en ese grupo, en las conversaciones con su padre se acerca a verdades profundas de la experiencia humana -algunas surgidas en tiempo de guerra, otras en la falsa paz- y luego pasa de espectador -u oyente- a actuante. Y nos arrastra a los lectores con él, nos implica con su narración en primera persona, trufada de meditaciones literarias -el pensamiento literario que defiende Marías, único que permite la contradicción y la exposición sin la lógica conclusión final, sin explicación certera ni obligada jerarquía de valores, que dice y afirma y niega sin romper, sin destrozar, y que suma gracias a la coherencia interna y a la sinceridad fundamental con que se encara este tipo de ficción escasa- absolutamente impagables en un tiempo de narraciones escuetas, efectistas, parientes pobres o afortunadas - las menos -del cuento o relato cinematográfico. Abarca mucho el autor con esta novela y sale con bien del empeño porque sabe esquivar lo que derivaría a la novela hacia el ensayo o la disquisición, porque en las pocas escenas que integran los tres volúmenes no estira ninguna acción ni usa superfluidades y, aunque no es parco en palabras, jamás da vueltas sobre algo que podría a la postre parecer nada. Por eso, creo que la grandeza de este texto permite apostar por un tipo de narrativa que, con menos escenas y más conjuntadas, mediante una narración con una perspectiva limitada, subjetiva (que aparque al narrador omnisciente, cada vez menos creíble y menos asumible, me parece, en un mundo en el que todo es amplio, plural, extenso, difícilmente abarcable en una sola mirada), a veces cuasiconfesional, sin tremendismos ni sujeta a encargo ni tasaciones premísticas, sin impostadas exigencias, sustentada en autores con preocupaciones variadas y sin ataduras políticas ni de ningún tipo, que se deben ante todo a su verdad y no desprecian la inteligencia de ningún lector, puede acertar a contar qué somos aquí y ahora.

Javier Marías: Tu rostro mañana 2. Baile y sueño

Desacelera cuando quiere y como quiere Javier Marías en la narración de esta novela, se entretiene y divaga -es un experto en la divagación inteligente y con sentido, aunque este no sea vea de inmediato siempre, pero se verá seguro a la postre-y hasta parece emboscar la historia que cuenta, ocultarla tras unos árboles de palabras que podrían no dejar ver el bosque del relato, el sentido del mismo, la fascinación de lo que tenemos entre manos. No sé si es algo voluntario del todo, si es una manera de alejarse de la perfección temida o presentida, una concesión sin enturbamiento que no se resuelve en flecos ni en hilachos sino en una sincera mostración de límites humanos y literarios. Eso me convence, pues la voz enjundiosa del que narra y la visión amplísima y totalizadora la llevaría a despeñarse en su cometido creativo y sin duda a resultarnos cansina, agotadora en su búsqueda de la perfección. Javier Marías establece para sí mismo unos límites y nos los muestra, no los corrige y resulta más creíble seguir a Jacobo Deza cuando a ratos se embrolla aparentemente, se obceca en sus obsesiones, se demora quizá en exceso, se contrae. La novela, la historia, aunque pasada, parece ir creándose ante nuestros ojos de esta manera, resulta más creíble y sincera.
Como en la primera parte, poco ocurre en este "Baile y sueño", son pocas las escenas, muy pocos los personajes, muchas las meditaciones, los enhebramientos de ideas, las yuxtaposiciones, y con ello Marías nos lleva hacia un territorio en el que la novela es algo que supera el estadio primero de narración y hecho y se sirve de la filosofía, de la historia, del ensayo a ratos y en fragmentos siempre -no se piense en una novela llena de nada que no sea siempre tamizado mediante el mayor gusto literario- para dar un paso adelante y rastrear en las conciencias de personas de nuestro tiempo y de otro muy cercano y que creó el nuestro. El libro nos deja páginas de altísimo valor cuando nos habla del miedo y de las maneras de sufrirlo, de la traición y de su encaje en la vida cotidiana, de la derrota y de la dignidad de quien no se sabe derrotado por dentro. Progresa en la plasmación de escenas y símbolos poderosos, como en la de la violencia cuando un personaje amenaza a otro con una espada antiquísima o en la de la contemplación de un personaje a distancia que baila tras las ventanas abiertas de su piso, y si hay que adjudicarle un error podríamos apoyarnos en la excesiva caricaturización del personaje de De la Garza, en quien se vuelcan algunos tópicos que habrían requerido un humor distinto o una desvertebración que evitara el tipismo.
"Baile y sueño" es inferior a la primera parte o libro y su interés aumenta conforme avanzamos en su lectura. Incluso los misterios de fondo parecen más interesantes cuantas más páginas dejamos atrás. Eso, que no es baladí en una novela que no se centra en la narración pura y dura, atestigua que la capacidad creativa de Marías es amplísima, variadísima. Con su perfecto dominio de los saltos temporales, tan parecidos a los golpes de efecto de las novelas de misterio por otra parte, en algunas de los cuales se van dejando las escenas inconclusas y se alternan con otras (en este caso con meditaciones, puntos de fuga que no son nunca vanos ni tramposos) que a su vez también quedan inconclusas hasta que unas y otras se dan la mano para concluir o se prestan elementos conclusivos, la voz narradora construye ante nuestros ojos y rememora y se parece a la de alguien muy real, logro que solo los novelistas de raza tienen a su alcance.