Alejandro Gándara: Últimas noticias de nuestro mundo

   


   A diferencia de muchas otras novelas que pretenden hablar de nuestro tiempo y nacen ya viejas, esta afronta el desafío con materiales y mentalidad y mirada que son de nuestro tiempo y definen muy bien qué es, de qué está hecho, qué rezuma nuestro tiempo. Sirviéndose de una historia de espías, Gándara profundiza en temas que en manos ajenas suelen quedar solo vistas superficialmente: el compromiso, el capitalismo, el comunismo, la destrucción de las ideologías y sus sustitución por otras cosas que no lo parecen pero también son ideologías. 
   Por supuesto, Gándara es un escritor de primera, de los mejores que tenemos: el texto posee un buen número de hallazgos, de imágenes originales, de frases que hay que subrayar para volver a leer más tarde. Ya lo conocemos y sabemos que es uno de los mejores de su generación, de los que más atención le prestan a la escritura y a su capacidad de describir, narrar, envolver mediante la verdadera creación, esa que orilla la frase hecha continua, la frase plana. Gándara es un escritor y es un creador, algo que no va junto casi nunca ahora, pues lo que más abunda es el novelista de párrafo hueco o, a lo sumo, funcional. Gándara es uno de los mejores escritores de nuestras letras, uno de los tres o cuatro más brillantes si te fijas mucho y bien en cada capítulo, en cada secuencia, en cada página. Gándara permite como pocos el segundo vistazo, el análisis de la frase, de su contenido y de su belleza.
   También la novela es inconformista, como el autor, y huye de lo trillado, tanto en el género de espías como en el abordaje de la realidad desde un punto de vista fácil que podría haberle acomodado en lo social edénico/irónico o en lo meramente político, y busca enfrentar la realidad con personajes que nunca son del todo mostrados, en momentos que no acaban de ser nunca una foto fija ni arrojan unas conclusiones evidentes sobre cuanto les acontece. Nuestra realidad precisa de la imagen borrosa, en marcha, desenfocada, como William Klein en fotografía, y Gándara no falla: a su novela no le faltan escenas largas y perfectamente elaboradas, una sucesión de episodios lógicos y con un grato crescendo, pero el ritmo que late por debajo es el mejor, el que da más pistas, el que hace las mejores preguntas. Preguntas que el lector no está obligado a responder, de esta manera, pero que lo interpelan sabiamente como un paseo por la ciudad nos interpela si vamos con los ojos abierto y sin angustia o un gesto raro al otro lado de una calle nos llama y nos mancha de algo que no siempre puede interpretar y archivar nuestra mente al primer esfuerzo, en el primer destello, en el primer deslumbramiento. Hace falta tiempo, hace falta sedimentación, descanso de la memoria, no sobrecarga, porque nada salvo un accidente nos convoca al cambio. Gran novela, admirable novela.