La realidad

No resulta fácil encontrar la realidad. Parece que está ahí fuera, al otro lado de la puerta, pero no es cierto. Estamos todo el tiempo inventándola, cambiándola, adaptándola, falseándola. Los primeros que se dieron cuenta, como siempre, fueron aquellos que tienen el poder. Si insistimos en nuestras verdades (aunque sean mentiras), los que nos siguen (o nos temen) acabarán por ver con nuestros ojos: nuestra realidad. Parece ser que fue muy importante el trabajo que llevó a cabo un medio olvidado pero inolvidable (el que no sabe, el que no recuerda, es víctima del siguiente tropezón siempre) personaje nazi al respecto.
Después se dieron cuenta los publicistas. Si contamos de manera bella, aunque el producto no sea bello ni vaya a convertir en bellos a los compradores, quizá seamos bellamente recompensados con muchas compras. Quizá por eso detesto la publicidad. Jamás dudo y siempre cambio de canal cuando aparecen los dichosos anuncios alzando su voz alegre y con sus músicas pegadizas (qué robo, qué deterioro artístico: por qué nadie se queja de que tomen fragmentos musicales de otros para vestir mejor sus mercancías, me pregunto), atados siempre a una brevedad no siempre acertada que en ocasiones estomaga tanto como una mala y larguísima película.
Por ultimo, los periódicos y las revistas (este repaso es corto y sesgado, como podéis ver) apostaron por mirar solo con un ojo alrededor y contar atendiendo a la insorteable vicisitud de quién pone el dinero para informar y editar y sacar a la luz de una manera u otra un material tan sensible como la realidad. Aunque la mayor parte de las noticias son servidas por agencias y apenas en nada varían al llegarnos, hay muchos detalles, titulares de portada y letra menuda que atraen o repelen de inmediato y sirven para compartimentarnos, para meternos en pequeñas bolsas de realidad: se insiste, se dice lo sabido, lo que se espera, y el lector no se sorprende, no salta de la silla, no se indigna, porque lee para ratificar lo que sabe y piensa. Así, su realidad es cada vez más parcelada y escasa.
No es de extrañar que el ser humano cada vez esté más estancado, que se dedique -en principio solo en los ratos libres, para relajarse, dicen otros - a consumir programas y revistas del corazón, en los que hallan emociones fuertes, insultos, descorazonamientos en vivo, rupturas de pareja con locutor cerca, como si de un partido de fútbol se tratara. Y es que está dejando de importarnos la realidad, no nos priva, no nos conmueve. No sabemos qué es. Mi realidad es mi familia, dicen algunos: nada cae fuera de su radio de acción. Mi realidad es internet, creen otros, que invierten mucho tiempo en espacios creados para ver fotos, escuchar canciones y charlar sin voz pero con muchas teclas (bueno, quizá no sean demasiadas). Casi todas las personas con las que trato diariamente creen saberlo casi todo de lo que les interesa, les conmueve o les afecta. Han establecido los límites de su realidad. No quieren más, no aceptan más. No quieren cambios, no quieren sufrir con lo que no conocen.
La realidad es cada vez más cerrada, reaccionaria, monolítica, estrecha y conformista. Menos mal que es la realidad que creemos ver. Menos mal que no es la verdadera realidad.


Imagen: Cuarto de baño, de Antonio López