Culmina la novela con este volumen en el que lo intuido y lo imaginado y lo temido llegan a su fin. Quizá porque lo más decisivo, lo más concreto, lo que da el sentido a todas las piezas del libro se encuentra presente en estas páginas podríamos decir que es la mejor parte. Pero también porque -a diferencia de lo que ocurría en el segundo volumen, de desarrollo y plasmación más lenta en todo lo que se dice, se ofrece y se muestra (sólo a medias)- en estas páginas vemos más cosas, Marías narra dos episodios que son los mejores del libro y se me antoja además que inolvidables para cualquier lector. Los vídeos de muerte y brutalidad que el jefe de Deza le muestra una noche y el arreglo de un asunto que lleva al protagonista y narrador a Madrid -su ciudad, donde todo empieza y donde todo acabará- y a empuñar una pistola y a dudar si dispararla contra un hombre son un broche perfecto a esta historia que sólo en dos actos como estos y con la categoría narrativa de Javier Marías pueden ofrecer conclusiones, emociones y razones para saber que estamos ante una de las novelas fundamentales del siglo XXI en nuestra lengua.
Vemos el conjunto y entendemos que Marías ha meditado a lo largo de muchas páginas acerca del miedo, de la delación, de la violencia, el asesinato, la mentira y la manipulación. Deza, en el grupo secreto e innominado en el que trabaja, perteneciente al servicio secreto británico, en las conversaciones con un viejo amigo inglés que estuvo en ese grupo, en las conversaciones con su padre se acerca a verdades profundas de la experiencia humana -algunas surgidas en tiempo de guerra, otras en la falsa paz- y luego pasa de espectador -u oyente- a actuante. Y nos arrastra a los lectores con él, nos implica con su narración en primera persona, trufada de meditaciones literarias -el pensamiento literario que defiende Marías, único que permite la contradicción y la exposición sin la lógica conclusión final, sin explicación certera ni obligada jerarquía de valores, que dice y afirma y niega sin romper, sin destrozar, y que suma gracias a la coherencia interna y a la sinceridad fundamental con que se encara este tipo de ficción escasa- absolutamente impagables en un tiempo de narraciones escuetas, efectistas, parientes pobres o afortunadas - las menos -del cuento o relato cinematográfico. Abarca mucho el autor con esta novela y sale con bien del empeño porque sabe esquivar lo que derivaría a la novela hacia el ensayo o la disquisición, porque en las pocas escenas que integran los tres volúmenes no estira ninguna acción ni usa superfluidades y, aunque no es parco en palabras, jamás da vueltas sobre algo que podría a la postre parecer nada. Por eso, creo que la grandeza de este texto permite apostar por un tipo de narrativa que, con menos escenas y más conjuntadas, mediante una narración con una perspectiva limitada, subjetiva (que aparque al narrador omnisciente, cada vez menos creíble y menos asumible, me parece, en un mundo en el que todo es amplio, plural, extenso, difícilmente abarcable en una sola mirada), a veces cuasiconfesional, sin tremendismos ni sujeta a encargo ni tasaciones premísticas, sin impostadas exigencias, sustentada en autores con preocupaciones variadas y sin ataduras políticas ni de ningún tipo, que se deben ante todo a su verdad y no desprecian la inteligencia de ningún lector, puede acertar a contar qué somos aquí y ahora.