Katherine Anne Porter: María Concepción

El relato pertenece al libro "Cuentos completos", de Katherine Anne Porter, autora poca leída por nuestros pagos y que bien merece una recuperación jubilosa. Este relato, con el que se abre el libro, posee una fuerza en la escritura y en las imágenes que seguro encandilará a muchos amigos que vienen a este blog de cuando en cuando. Hay una potencia imaginativa y una extracción realista y poética a la vez -la gran clave de esta escritura: esa amalgama, ese equilibrio tan bien logrado- de la realidad que no dudo de que mis amigos poetas y mis amigos devoradores de relatos se sentirán como en casa leyendo relatos como este. Se nos cuenta la historia de un trío -marido, mujer y amante- y de un lugar -México- en el que la comunidad es más importante que la ley, más decisiva que el temor a Dios. Un hombre con dos mujeres. Una vieja historia. A la que Porter le insufla una vida apabullante con su mirada sagaz y rica en información, destellante y abrasiva si es preciso, deudora de una concepción melancólica, poética y trágica de la existencia que, partiendo de lo mejor del siglo XIX, se plasma en una escritura personalísima, centrada y sobria que encandila y arrastra, aturde y despeja con el siguiente golpe dulce, la siguiente frase.
Sí, es un estupendo, pero lo más importante no es mi deslumbramiento, sino la poderosa influencia que una autora como esta ha de dejar en todos aquellos que la lean. Siga la cadena, pues, amigos.


Blog recomendado: Los pasadizos del Loser, de Juan Herrezuelo

William Faulkner: Banderas sobre el polvo

No es la historia de esa saga vagamente mítica y tocada por la soberbia y una cierta mala suerte que protagoniza este libro lo que más me atrae de él, lo que me fascina, sino la mirada atenta a los pormenores que dicen mucho de William Faulkner, la rememoración de un tiempo que no ha muerto y puede encontrarse en algunos pueblos de cualquier país, en algunas pequeñas ciudades como la mía, Granada, en la que hay apellidos importantes que ya no lo son tanto y hay historias que se comentan y ya no no levantan ni siquiera polvo del suelo, no sirven para que un pequeño aliento mueva a una bandera alzada en lontananza. Cayeron los grandes hombres, a casi nadie les importan sus logros, y Faulkner anticipa con vigor y con un humor matizado y noble el interés que mueve a quien hoy quiere saber de los poderosos y los importantes, que siempre es mediante el deseo de verlos caer, equivocarse, confundirse, ser menos de lo que representan y creen ser. Se encuentran en este libro atardeceres vistos de soslayo que no se olvidan, paseos por el campo que mueven insensiblemente nuestros pies quietos mientras leemos, el recuerdo de viejas caras que son muy parecidas a las que hemos visto muchas veces en lugares que se traga el tiempo y pierden valor porque no hay aglomeraciones que festejen y celebren y disfruten con ruido y furia. "Banderas sobre el polvo" es una novela de las que pasan a formar parte de la vida del lector porque quien la escribió habló mucho de lo que conocía, de aquellos a los que conocía, de sí mismo, con arrojo y con un exacto pudor necesario para evitar la ostentación y la blanda mentira. Quedan en pie las mujeres al final de la historia, apostó Faulkner por ellas y por su mirada más serena y reconstituyente. Cuánto sabía el maestro de la narrativa, cuánto nos queda por aprender de él.

Juan Herrezuelo: Pasadizos







He aquí un libro de relatos que escapa a esa intención de fácil comprensión, fácil aceptación, fácil ironía y esperanzada acogida por parte del publico vendiendo lo que no hay y lo que no se es. Un libro de un autor de 44 años que merece la pena buscar y leer porque pronto será considerado uno de los mejores del año, quién sabe si de algo más que este año.

Literatura española






¿Por qué casi todos los recientes intentos de renovación de la novela española y la labor de los narradores de cuentos españoles suelen ir encaminados hacia la fácil comprensión, la fácil aceptación, la fácil ironía y una esperanzada acogida por parte del publico?

Leer a Faulkner un domingo por la mañana

Cada uno es como es, así que yo me levanto el domingo por la mañana, antes de las diez, y pienso en leer algunos capítulos de una novela de William Faulkner. La noche no ha sido dura: sólo me he despertado dos veces. No me han acosado demasiado las tristezas y las desesperanzas. No he tenido ninguno de esos sueños que se quedan enganchados, que hacen daño al despertarse. Como siempre, busco la luz en las ventanas. Subo las persianas antes de desayunar. El día ha amanecido despejado. La luz es un consuelo, un alivio, un síntoma de algo bueno, pienso. Preparo las tostadas, como de pie, mirando de cuando en cuando por la ventana de la cocina: el cielo está azul, veo un triángulo por encima de los edificios que me rodean que es como un dibujo infantil pero absolutamente creíble, limpio y poderoso. Empiezan a piar los pájaros cuando entro en el estudio y subo la persiana: celebran que vuelve la luz, que el día se acerca hasta su jaula. La perrita me mira y espera la hora de saltar y recorrer las calles con la atención excitada con que todo lo observa, todo le parece interesante, desde la carrera de un niño feliz a los pasos agitados de una persona triste y cabizbaja. Me siento. El silencio es magnífico. Leer a Faulkner un domingo por la mañana me hace creer otra vez en muchas cosas: en el pasado, en los actos acabados pero inacabables en el tiempo de los que ya se fueron, en la necesidad y el gozo de vivir un día que se apunta a un presente efímero pero tendrá mucho valor en el futuro, aunque nada demasiado importante ocurra, aunque sea aparentemente sólo un día más. Leer a Faulkner te mueve a estar dentro de un libro y te empuja a vivir fuera, mucho, intensamente, y a la vida le quitas el polvo vano que la cubre y brilla un poco, un poquito, que es mucho, muchísimo en ocasiones.


Retrato de William Faulkner: Darrel Berry