Diccionarios

No son iguales todos los diccionarios. No todos encierran los mismos tesoros, las mismas palabras y tampoco las mismas definiciones. Hace poco cambié el diccionario de mano que tenía siempre cerca por otro. Estaba leyendo una novela de Benjamin Black (John Banville) y quise buscar palabras que surgieron en sus páginas y que el autor usaba de manera brillante e inusual. Palabras que conocemos, que usamos y que no nos resultan raras. Truculento, esporádico. Usaba un diccionario de Espasa. Hallé estas definiciones:
Esporádico: Ocasional, que se produce con poca frecuencia y de forma separada.
Truculento: Excesivamente cruel o atroz.
A veces consulto, en su página de internet, el diccionario de la Real Academia Española. Lo hice aquel día. Quería confrontar, poner a prueba. Y decidí cambiar de diccionario de mano y elegir el que veis a la izquierda. Aquí tenéis las definiciones:
Esporádico: Dicho de una cosa: Ocasional, sin ostensible enlace con elementos antecedentes ni consecuentes.
Truculento: Que sobrecoge o asusta por su morbosidad, exagerada crueldad o dramatismo.
La primera definición me ganó por su eco filosófico y la segunda me impelió a salir en busca del diccionario de la RAE, porque además de clarificar suministraba imaginación, algo de poesía, incluso belleza mientras determinaba cómo hay que usar la palabra.

Arturo Fontaine: La vida doble

No debería pasar desapercibida esta novela. No es una más en el mar de novedades que inunda las librerías. No diré que es una obra excepcional, porque se pueden ver en ellas fallos evidentes (aunque ninguno grave), pero sí que se trata de una novela de las que ayudan a saber más de un país (Chile), de una situación histórica (un intento de cambio profundo, de revolución) y unos seres que están en un pasado reciente y aún no enterrado, afortunadamente, bajo el manto de lo consabido y juzgado sin remedio. Mediante la voz de una mujer que luchó por la revolución y que colaboró con los servicios de inteligencia y represivos cuando tuvo que elegir entre su hija y su deseo de cambiar el mundo, nos llega una historia que nos traslada a una época que parece remota pero está ahí, a la vuelta de la esquina, cuando había gente que se alzaba en armas para cambiar el orden de un país, de un mundo que siempre la aplastó. Conocemos qué motiva a luchar y morir por las ideas, cómo se preparan y cómo sueñan con el cambio los pobres y oprimidos. Cómo son maniatados, torturados, reducidos a carne apaleada, chamuscada y muerta por los que defendían a un dictador como Pinochet y un orden nacional y mundial que no está muy lejos del que podemos ver en la actualidad, aunque se hayan saneado muchas calles, hogares y edificios en los que, después de todo, solo siguen mandando los que tienen dinero y poder.
Es muy interesante ver cómo la luchadora se pasa al bando contrario, por la fuerza al principio pero convencida como el que más poco después, y cómo rompe sus ideales, cómo sus nuevos principios la empujan al odio contra los que fueron sus hermanos, a la destrucción e incluso al regodeo y la crueldad ante los que ocupan cárceles y lugares de sufrimiento en los que ella también padeció. Fontaine equilibra ambas visiones con mano segura, merced a una transición en la que el sexo y el mundo interior de la ex luchadora se nos va mostrando y va ligando la transformación con los pies en la tierra y con relaciones que eluden el símbolo y se sostienen firmemente gracias a una aguda caracterización de los personajes. Hay un punto de ruptura, sí, algo brusco y que deja al lector de repente sorprendido y sin asideros, pero Fontaine engarza, explica, va despojando y construyendo la nueva visión con una solvencia que no deja lugar a dudas. Es valiosísimo este cambio, esta elección de Fontaine, pues la novela escapa a todo maniqueísmo y engloba las dos maneras de enfrentarse de la sociedad chilena del momento, algo muy difícil de conseguir para un escritor, para un ensayista, para un memorialista. A esto colabora la voz de la ex luchadora, presentada en breves parágrafos -algo a lo que el que suscribe es afín, como puede verse en la única novela que ha dado a la luz (perdón por el apunte, pero está hecho no desde la vanagloria sino desde la admiración y el reconocimiento)- que otorgan agilidad a la narración, credibilidad a su discurso y al enhebramiento de los recuerdos: y además frescura, versatilidad, libertad para decir mucho en un párrafo o en una sola frase que no queda empedrada entre cientos de otras en un largo capítulo.
Hay fallos en el libro, como dije antes: el final me parece precipitado, ciertos reencuentros me resultan forzados y demasiado obligados, el cuestionamiento ideológico postrero resultado más de una escena de película de acción que de una escena de novela tan bien pensada y elaborada como ésta. Eso no impide que mi valoración sea muy alta, pues estamos ante una obra valiente, que ocupará un espacio que ni el periodismo ni lel ensayo pueden llenar, con literatura de altos vuelos en su mayor parte (Fontaine escribe como pocos hoy en día: hasta las frases más sentenciosas encajan con rigor y sin jactancia; el lirismo es genuino; la voz confesional nunca suena a creación de "libro") y que rehúye los tópicos, se adentra en aguas de las que ni el propio autor puede salir sin mojarse y algo despeinado y sucio y está en el que considero el lado noble de la literatura: un lugar sin añagazas ni moralismos y con mucha verdad por delante, le pese a quien le pese.


Lectura recomendada: "Tele-evasión", en el blog de Diana H.

Carlos Peramo: Media vuelta de vida

A los agoreros que tanto se empeñan en cuestionar la literatura de ficción y que dudan de su viabilidad y su solvencia y su vigencia les recomendaría yo que leyeran novelas como esta, que encierran escenas de una potencia expresiva, plástica y hasta vital diría que disipan cualquier duda y aclaran la visión de un horizonte en el que sin duda la novela seguirá siendo fundamental para llegar al alma de gente a la que no vemos, a la que no hemos visto nunca y nunca veremos pero cuya presencia es necesaria en nuestro recuerdo y el devenir futuro de nuestras vidas. El cine vino para contar con mayor sencillez y de manera más directa las historias, para sintetizar, pero no puede llegar al fondo de un alma como lo hace una gran novela. Y eso es lo que consigue Carlos Peramo con esta novela. Los agoreros solo tendrán que desprenderse de su ego dilatado y manchado de la grasa del propio tacto y recordar que el género existe gracias a la empatía y al deseo de saber más, de ser otros mientras se lee, de salir de uno mismo, algo sano y vivificador para el que lo consigue.Y no es que el alma que aquí conoceremos nos invite a seguir su camino ni a imitarla, precisamente. Pues hablamos de un alma oscura, atormentada, dostoievskiana, pero en todo caso siempre humana.
No se puede despachar esta novela simplemente metiéndola en el cajón de las novelas de formación. Ni mirarla con desdén porque esté escrita por un autor que no es de los más celebrados o vitoreados. Abriendo los ojos, dejándonos de etiquetas fáciles, veremos que estamos ante una obra de un escritor muy bien formado e informado, con un oficio como pocos en nuestro país, que sabe buscar una historia, ahondar en ella y plasmarla con una solvencia narrativa envidiable. No es nada fácil contar la historia de un verdugo sin caer en tópicos, no es fácil ahondar sin que parezca que todo lo que se dice es producto de refritos, de datos ajenos, de copia o de préstamos sacados de otros libros y de películas; mal que aqueja, dicho sea de paso, a buena parte de los literatos actuales. Peramo crea desde dentro y luego va fuera a completar. Primero busca, identifica, y luego traza, delimita, hace con las palabras. Crea, así pues, no recrea.
La historia de un verdugo del franquismo, contada por un muchacho que lo conoce y lo frecuenta y le teme y lo espía está servida sin prisas, dándole tiempo al lector a ver a los personajes, a creer en ellos. Peramo nos los presenta poco a poco, nos va acercando a ellos, consigue que nos resulten familiares y al final necesarios. Leer se convierte en un gozo, no en una tarea: un gozo porque queremos saber más, porque estamos dentro de la trama y compartimos destino con quien narra, somos él también (empatía). Además, ambientada la novela en 1986, no tema nadie que esté ante otra historia del pasado, pues se cuenta hacia delante, con el peso intacto del pasado pero con la mirada de un joven de los ochenta del pasado siglo. Adereza con buenos detalles costumbristas Peramo y nos pasea por el campo de las decisiones morales, trascendentes, que se dan en todas las vidas, aun en las que parecen más aburridas y cotidianas. No le sobra a nuestra actual literatura realismo del bueno -deja caer Peramo aquí un nombre muy reivindicable: Daniel Sueiro-, del que no es almodovariano ni berlanguista ni delibiano ni ferlosiano, sino que tiene que ver con lo que los maestros del XIX, como Balzac, apuntaron y establecieron con obras en que sus protagonistas viven momentos claves de su existencia y están obligados a tomar caminos, a definirse, a ser (satreanamente dicho): por estos confines caminan firmes las mejores páginas de este libro. He aquí un magnífico premio de la Crítica para el próximo año, un perfecto premio Nacional de Narrativa que subiría listones, aclararía cosas y crearía nuevos lectores y futuros escritores gozosos.