
Es muy interesante ver cómo la luchadora se pasa al bando contrario, por la fuerza al principio pero convencida como el que más poco después, y cómo rompe sus ideales, cómo sus nuevos principios la empujan al odio contra los que fueron sus hermanos, a la destrucción e incluso al regodeo y la crueldad ante los que ocupan cárceles y lugares de sufrimiento en los que ella también padeció. Fontaine equilibra ambas visiones con mano segura, merced a una transición en la que el sexo y el mundo interior de la ex luchadora se nos va mostrando y va ligando la transformación con los pies en la tierra y con relaciones que eluden el símbolo y se sostienen firmemente gracias a una aguda caracterización de los personajes. Hay un punto de ruptura, sí, algo brusco y que deja al lector de repente sorprendido y sin asideros, pero Fontaine engarza, explica, va despojando y construyendo la nueva visión con una solvencia que no deja lugar a dudas. Es valiosísimo este cambio, esta elección de Fontaine, pues la novela escapa a todo maniqueísmo y engloba las dos maneras de enfrentarse de la sociedad chilena del momento, algo muy difícil de conseguir para un escritor, para un ensayista, para un memorialista. A esto colabora la voz de la ex luchadora, presentada en breves parágrafos -algo a lo que el que suscribe es afín, como puede verse en la única novela que ha dado a la luz (perdón por el apunte, pero está hecho no desde la vanagloria sino desde la admiración y el reconocimiento)- que otorgan agilidad a la narración, credibilidad a su discurso y al enhebramiento de los recuerdos: y además frescura, versatilidad, libertad para decir mucho en un párrafo o en una sola frase que no queda empedrada entre cientos de otras en un largo capítulo.
Hay fallos en el libro, como dije antes: el final me parece precipitado, ciertos reencuentros me resultan forzados y demasiado obligados, el cuestionamiento ideológico postrero resultado más de una escena de película de acción que de una escena de novela tan bien pensada y elaborada como ésta. Eso no impide que mi valoración sea muy alta, pues estamos ante una obra valiente, que ocupará un espacio que ni el periodismo ni lel ensayo pueden llenar, con literatura de altos vuelos en su mayor parte (Fontaine escribe como pocos hoy en día: hasta las frases más sentenciosas encajan con rigor y sin jactancia; el lirismo es genuino; la voz confesional nunca suena a creación de "libro") y que rehúye los tópicos, se adentra en aguas de las que ni el propio autor puede salir sin mojarse y algo despeinado y sucio y está en el que considero el lado noble de la literatura: un lugar sin añagazas ni moralismos y con mucha verdad por delante, le pese a quien le pese.
Lectura recomendada: "Tele-evasión", en el blog de Diana H.
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