Luis Martín-Santos: Tiempo de silencio (un fragmento)

ella misma pegada, golpeada, una noche, otra noche, pegada con la mano, con el puño, con una vara, con un alambre largo, pegada por él cuando su mueca se contraía más de prisa por efecto del alcohol, pegada, pegada, pero sin sentirlo casi porque la comida antigua y la comida nueva, la comida que es casi como tierra que ella come y que ha buscado por los estercoleros, la ha ido poniendo redonda, hinchada en la menguada extensión que media de su pie pequeño a su moño ya menos alto, arrebujada, sucia, bajo las telas que no despega de su piel, puede sentir los golpes y adivinar por su ritmo la proximidad del momento en que el alfeñique caerá a su lado y roncará sin que el dolor pueda significar para ella otra cosa que medida del tiempo que la separa del reposo y no dolor verdadero dolor como el que pueda sentir quien sea persona, sino sólo señal de la proximidad de su marido, de que es de noche, de que éste ha podido traer dinero hoy y que por eso ha bebido y por tanto, si ha habido suerte y no ha bebido todo, mañana podrán comer, pero no dolor como cosa que molesta o hiere, sino sólo señal de su proximidad

Luis Martín-Santos: Tiempo de silencio

La variedad, la riqueza creativa están presentes por doquier en este libro esencial, y podemos encontrar páginas escritas con un estilo de largo aliento, debidas al irónico y culto narrador, junto a otras con frases cortas, muy puntuadas, en las que el proceso de un cerebro que piensa y ejecuta se ve a la perfección. El dominio del lenguaje de Martín-Santos es abrumador, pero siempre está al servicio de lo que narra y, aunque en apariencia demos con párrafos aparentemente sobrantes y ensimismados, una relectura sobria sirve para comprobar que el buque que es este magnífico libro avanza con un destino claro y nunca brumoso: la crítica de un tiempo y un país, ambos hundidos en la niebla y el desatino, en el horror irrecuperable de unos años perdidos para la igualdad, la libertad, la unión de los semejantes. Novela política y social, Tiempo de silencio retrata a la perfección a las capas altas y a las bajas, va de los altos salones tediosos a los tristes espacios reducidos de las chabolas sin forzar el paso, sin caídas ni pronunciamientos que no se sostengan en lo textual y en lo literario. No sé por qué insisten algunos tanto en que este libro es producto de un deseo de exploración tan sólo, de innovación y experimentación, cuando en él se encuentran algunos de los mejores pasajes sociales y críticos de la literatura no ya de su época, sino de toda la literatura española. El propósito esencial y absolutamente logrado era social y crítico y, gracias a su irreverencia y su inconformismo, este libro sigue hoy en día estando absolutamente vivo y siendo necesario, absolutamente necesario no para recordar un tiempo ido, sino para afrontar el tiempo presente y los tiempos venideros.
Martín-Santos escribió los mejores monólogos que yo he leído -junto con los de Miguel Delibes-, los dotó de una profundidad psicológica excepcional, y cuando uno lee Tiempo de silencio y está escuchando la voz de Pedro, la de la dueña de la pensión, la de la mujer del Muecas, tiene la sensación de que existen de verdad, de que el autor llegó hasta el fondo del alma de esos seres que no importa demasiado si son reales, inventados o la suma o la esencia de varias personas convertidas en personajes. La empatía surge de inmediato, nos abandonamos a sus palabras y a sus recelos y sus confesadas indefensiones y sus sobresaltos como si escucháramos la voz de un pariente. La escena de Pedro en la celda creo que es una de las más valiosas de nuestra literatura, de una altura invencible. Así somos las personas, así pensamos en situaciones tensas, desesperadas. Así fluye nuestra conciencia. Son páginas que tienen todo el derecho a ser consideradas clásicas, las de un autor a la altura de los más grandes, desde Cervantes a Galdós pasando por Clarín y sin olvidar a Pío Baroja, sin el cual esta novela no habría existido seguramente, pues es una inspiración clara, como lo son también el existencialismo y la novela realista.
A un tiempo de silencio corresponde un tiempo de tristeza, de ocultamientos, de mentiras, de falsas acusaciones, de desengaños, de delaciones para escurrir el bulto. De manera cruda, de manera un poco cruel cuenta Luis Martín-Santos y derriba las mentiras, muestra las contradicciones de quienes son víctimas y buscan su supervivencia ante todo, como le ocurre a Amador. Pero tiene también sensibilidad para llegar al corazón de una mujer maltratada, como lo es la esposa (aquí, esta palabra pesa en su doble sentido) del Muecas, que no se ve a sí misma como persona, como ser que siente, sino sólo que está junto a, que ha dado vida a, que sufre por la pérdida de. Estremecen estas páginas, hay que cerrar durante unos segundos el libro, respirar hondo. Y en ese respirar hondo está lo que trataba de conseguir y consigue con su novela Martín-Santos: que nos compadezcamos sin ver desde arriba, sin juzgar, poniéndonos en la piel del otro. A la par que no evita la crítica que es autocrítica, que es mirada crítica a lo cercano conocido también, pues el personaje de Pedro no anda lejos de ser un trasunto del propio autor, que se mira inmisericorde en ocasiones, que no ahorra andanadas contra él mismo o contra alguien muy parecido a él. Están todas las miserias, está toda la ternura, está toda la verdad: todo eso está en la novela.
Todos tenemos (ojalá sea así) un libro preferido, un libro que nunca nos abandona, que cada vez que lo abrimos nos descubre un nuevo camino, nos atrapa por un párrafo o una descripción o un ambiente, una voz o una imagen, que nos alimenta y consuela: para mí ese libro es Tiempo de silencio.



(Recomiendo la edición de Crítica, a cargo de Alfonso Rey, con una introducción y unas anotaciones muy útiles y reveladoras)

Bitácora de Poseidón, de Herminia Luque Ortiz


Herminia Luque Ortiz posee humor, posee un humor sincero y no del todo blanco que sabe llevar encima o guardar en un cajón, distribuir por un texto que ha escrito ella misma o untárselo en la mirada para salir a la calle y ver y observar y contemplar y explicarse qué es este mundo raro, ajeno, obtuso a veces y con puertas estrechas por las que no siempre podemos pasar. Herminia sale con ese humor y así ve las puertas más anchas, ve resquicios que permiten la entrada y la observación, incluso una estadía en lugares que no siempre nos son propicios. Gracias al humor, y aunque parezca paradójico, Herminia se disfraza y es ella misma, se halla a sí misma y puede salir a la calle consigo misma. Con inteligencia, no porta el humor en el brillo de los ojos, no acomete con él, pues lo ha domesticado y lo controla y no lo vuelve nunca ofensivo ni invasivo, lo que no les ocurre a muchos otros que son también tímidos y, pese a todo, creen en el mundo.

"Bitácora de Poseidón" no puede entenderse si no se entiende el humor. La escritora Herminia Luque Ortiz crea un personaje que se refugia en su humor tan particular y lo manda a andar por el mundo con su timidez invencible y su humor que es refugio del que se tiene por débil y vencido. No cuesta identificarse con Maldonado, ese personaje, pues ¿quién no se cree en el fondo de su corazón tierno y tímido, aún de alguna manera puro y por descubrir? La timidez es un mal, pero también un refugio, ya que el tímido se duele más que el que no lo es, tiene más vulnerables la piel y la mente, no consigue apartarse a tiempo y es atropellado por trenes insufribles en forma de personas con palabras inacabables y personalidades tan extensibles como un muelle. Los tímidos son víctimas, son sombras y son pensamientos cargados de pesar y de pudor que no se hunden jamás, como el aceite en el agua. Maldonado es tremendamente tímido, peor lo salva el humor, el humor distanciador, el humor que sirve para reírse de uno mismo, para desdoblarse sanamente y verse con otros ojos, los que nos alertan, nos ayudan a escapar de los incendios más peligrosos surgidos de las relaciones íntimas. Porque el afán del tímido es estar solo, no corromperse al lado de las corrupciones de otro, no ver esas corrupciones. El tímido es un niño que no crece ni debería crecer, pero no existen los milagros de la edad. Maldonado ha crecido y es profesor, se relaciona con profesoras y una decide cazarlo, atraerlo, atraparlo. El gran tímido no puede negarse, por supuesto, y sucumbe. Ahí está la mujer, ahí está la hembra, ahí está la carne: a ver qué ofrecen, Maldonado, qué son, Maldonado, qué tienen que ver las mujeres reales si las comparas con las que has amado en los libros, donde aparecían para ti más enteras, más verdaderas, más saludables, nunca dañinas.

Hay una imagen inquietante en la novela: mordisquea Maldonado la oreja de Rebeca, su amante, y no encuentra una gran diferencia entre esa carne viva y humana y la de los calamares enlatados que consume cada noche, tenazmente, incansablemente. El lector comprende que Maldonado está enfermo de lecturas, de irrealidad, y que la timidez es un síntoma, el humor otro síntoma, y que la historia tan risueña que estaba leyendo tiene sus facetas oscuras. El humor de Herminia Luque Ortiz puede ser entonces algo parecido a un bocado que duele. Crece aquí el libro, crece la autora con su libro, crece el personaje, ese que tiene un piso en Pedro Antonio de Alarcón 55, que detesta el mar, que odia y es odiado por Roberto, su hermano, y que tiene un amigo en el pueblo de sus padres con el que bebe en un pub y al que miente como a su vez es mentido en prodigiosas historias de amor y sexo. Crece el personaje porque aquí ya se ha independizado de su creadora, tiene entidad propia, es un personaje conseguido y por eso estamos hoy aquí, hablando de su historia, de su "Bitácora de Poseidón".

Se suma a ese crecimiento un capítulo en que se sitúa aún mejor a Maldonado, en que se le ve en un pueblo, en el pueblo donde nació. Gran acierto de Herminia Luque, que la distancia de los escritores que ya no miran las raíces, que sólo ven los destellos de las luces de las ciudades. Maldonado es de pueblo, vivió de niño en un pueblo, y en sus recuerdos están los días de juegos (el boli, la banderola, el quema) en ese pueblo, sus reacciones ante esos juegos, su actitud con los otros niños y la explicación de por qué es tan tímido, por qué fue tan corto en la edad infantil, algo que a su propia madre le extrañaba y la inquietaba, hasta el punto de consultarlo con un maestro. En el pueblo, con otros niños, con sus padres (a los que en breves y certeras pinceladas describe Herminia), con su hermano, se forjó el carácter apocado, la introversión de Maldonado, y cada vez conocemos mejor al personaje, que se nos vuelve más real y más triste, con esa tristeza que nos embarga no al ver la vida apagada y sin sustancia de alguien próximo o de un vecino al que espiamos, sino al comprobar que es muy parecida a la nuestra, sin grandes aventuras, sin destellos misteriosos, con mucho peso encima de la vida cotidiana y gris que nos recibe cada mañana al salir a la calle, cada tarde que nos cobijamos en nuestros cuartos cerrándole el paso a lo desconocido y lo voluntariamente ignorado, que se va a otra dimensión, que no existe porque no está ante nuestros ojos e inundando nuestra alma.

Maldonado es un ser gris, sí, y en su humor hay tristeza, pero no es un ser desesperado, no busca excusas para dar la espalda a nadie, no se evade del mundo porque lo desprecie, sino porque no sabe estar en él, porque no le han facilitado las armas para andar de civil por una vida en guerra, que es la vida común para el que sueña y desea calladamente y anhela y ve más de lo que existe, o quiere verlo. Madlonado, como cualquiera de nosotros, es un desesperanzado, que se refugia en sí mismo porque no cree en la conquista, en la batalla, en la exhibición de sí mismo, de sus fuerzas, de su personalidad. Maldonado no cree en otro logro que no sea el de la propia existencia. En eso me identifico con él, muchos lectores se sentirán identificados con él. Herminia Luque Ortiz no ha creado un antihéroe con Maldonado, no se trata de eso, no. Ha plasmado la grisura real pero no destructiva de un hombre de hoy en día. Más aún: la normalidad de un hombre de hoy en día. Acentuando ciertos rasgos, abultando con comicidad otros, bordeando el lugar común a ratos pero sin despeñarse nunca en lo plano, lo archisabido, muestra una figura que es compendio y resumen de lo que el hombre de hoy en día resulta ser: alguien con mucha vida interior y apenas cien pasos andados diariamente en las calles. Es el antecedente del hombre que vendrá, tan motorizado, con la compra a su disposición mediante un tecleo en una pantalla y entrega a domicilio, evadido ante el televisor y forjado en los sueños ocultos que unos apuntan en libretitas privadas o en blogs de lectura pública (blogs o bitácoras ), tan inactivo físicamente que empezará a sentir un peso excesivo en la cabeza, que se alimentará de recuerdos, de obsesiones, de manías, de miedos inconfesados y acaso inconfesables. Sí: quizá les parezca exagerado, pero Maldonado es la avanzadilla del ser débil, apartado de la tarea política, del compromiso colectivo, de la concienciación social, y también de las reuniones de la comunidad de vecinos, de las charletas de bar, de las cenas entre matrimonios del viernes noche en que tantos otros estamos aún involucrados, de manera quizá anacrónica o ilusa. Maldonado es el hombre que ya es y que viene a sustituir a los que venimos de un pasado en el que había espacio para el movimiento real, el cambio, la rebeldía. Sus zonas oscuras son las de tantos que contemplan demasiado espectáculo banal en las televisiones a horas propicias para el sueño, adormilados pero con tantos deseos dentro que no se acaba de entender como no estallan: deseos de sexo fuerte, de sexo sumiso, de victoria, de derrota dulce, de aconteceres que puedan dominar de pe a pa, de principio a fin: las zonas oscuras de Maldonado son las de tantos que no escriben sus cuitas en un papel medio secreto, que no se las confiesan calladamente porque carecen no de la voluntad, sino de las palabras y la continuidad, y que dejan caer en frases sin medida y en presencia sólo de los amigos y en los bares quizá frases plenas de deseo y de frustración por los deseos no realizados que caen al suelo como piedras o son recogidas por los interlocutores y convertidas en piedras manoseadas, móviles, que no golpean pero se quedan después ancladas a un cerebro y ya nunca salen de él. Son los secretos como piedras, los recuerdos como piedras, los deseos irrealizados como piedras. Lean esta novela, identifíquense con Maldonado en lo que puedan identificarse, jueguen a decirse que no son como él en lo que les repela. El gran valor de "Bitácora de Poseidón" estriba en lo conseguido de su testimonio, en la verdad de su planteamiento, en la sinceridad tan bien manejada gracias a las innegables dotes de narradora hábil y dúctil a efectivos mecanismos literarios de Herminia Luque, que ha creado nada menos que un personaje. Entren y lean.


(Texto para la presentación en Granada)