Luis Martín-Santos: Tiempo de silencio

La variedad, la riqueza creativa están presentes por doquier en este libro esencial, y podemos encontrar páginas escritas con un estilo de largo aliento, debidas al irónico y culto narrador, junto a otras con frases cortas, muy puntuadas, en las que el proceso de un cerebro que piensa y ejecuta se ve a la perfección. El dominio del lenguaje de Martín-Santos es abrumador, pero siempre está al servicio de lo que narra y, aunque en apariencia demos con párrafos aparentemente sobrantes y ensimismados, una relectura sobria sirve para comprobar que el buque que es este magnífico libro avanza con un destino claro y nunca brumoso: la crítica de un tiempo y un país, ambos hundidos en la niebla y el desatino, en el horror irrecuperable de unos años perdidos para la igualdad, la libertad, la unión de los semejantes. Novela política y social, Tiempo de silencio retrata a la perfección a las capas altas y a las bajas, va de los altos salones tediosos a los tristes espacios reducidos de las chabolas sin forzar el paso, sin caídas ni pronunciamientos que no se sostengan en lo textual y en lo literario. No sé por qué insisten algunos tanto en que este libro es producto de un deseo de exploración tan sólo, de innovación y experimentación, cuando en él se encuentran algunos de los mejores pasajes sociales y críticos de la literatura no ya de su época, sino de toda la literatura española. El propósito esencial y absolutamente logrado era social y crítico y, gracias a su irreverencia y su inconformismo, este libro sigue hoy en día estando absolutamente vivo y siendo necesario, absolutamente necesario no para recordar un tiempo ido, sino para afrontar el tiempo presente y los tiempos venideros.
Martín-Santos escribió los mejores monólogos que yo he leído -junto con los de Miguel Delibes-, los dotó de una profundidad psicológica excepcional, y cuando uno lee Tiempo de silencio y está escuchando la voz de Pedro, la de la dueña de la pensión, la de la mujer del Muecas, tiene la sensación de que existen de verdad, de que el autor llegó hasta el fondo del alma de esos seres que no importa demasiado si son reales, inventados o la suma o la esencia de varias personas convertidas en personajes. La empatía surge de inmediato, nos abandonamos a sus palabras y a sus recelos y sus confesadas indefensiones y sus sobresaltos como si escucháramos la voz de un pariente. La escena de Pedro en la celda creo que es una de las más valiosas de nuestra literatura, de una altura invencible. Así somos las personas, así pensamos en situaciones tensas, desesperadas. Así fluye nuestra conciencia. Son páginas que tienen todo el derecho a ser consideradas clásicas, las de un autor a la altura de los más grandes, desde Cervantes a Galdós pasando por Clarín y sin olvidar a Pío Baroja, sin el cual esta novela no habría existido seguramente, pues es una inspiración clara, como lo son también el existencialismo y la novela realista.
A un tiempo de silencio corresponde un tiempo de tristeza, de ocultamientos, de mentiras, de falsas acusaciones, de desengaños, de delaciones para escurrir el bulto. De manera cruda, de manera un poco cruel cuenta Luis Martín-Santos y derriba las mentiras, muestra las contradicciones de quienes son víctimas y buscan su supervivencia ante todo, como le ocurre a Amador. Pero tiene también sensibilidad para llegar al corazón de una mujer maltratada, como lo es la esposa (aquí, esta palabra pesa en su doble sentido) del Muecas, que no se ve a sí misma como persona, como ser que siente, sino sólo que está junto a, que ha dado vida a, que sufre por la pérdida de. Estremecen estas páginas, hay que cerrar durante unos segundos el libro, respirar hondo. Y en ese respirar hondo está lo que trataba de conseguir y consigue con su novela Martín-Santos: que nos compadezcamos sin ver desde arriba, sin juzgar, poniéndonos en la piel del otro. A la par que no evita la crítica que es autocrítica, que es mirada crítica a lo cercano conocido también, pues el personaje de Pedro no anda lejos de ser un trasunto del propio autor, que se mira inmisericorde en ocasiones, que no ahorra andanadas contra él mismo o contra alguien muy parecido a él. Están todas las miserias, está toda la ternura, está toda la verdad: todo eso está en la novela.
Todos tenemos (ojalá sea así) un libro preferido, un libro que nunca nos abandona, que cada vez que lo abrimos nos descubre un nuevo camino, nos atrapa por un párrafo o una descripción o un ambiente, una voz o una imagen, que nos alimenta y consuela: para mí ese libro es Tiempo de silencio.



(Recomiendo la edición de Crítica, a cargo de Alfonso Rey, con una introducción y unas anotaciones muy útiles y reveladoras)