Brothers (Hermanos), de Jim sheridan

Esta película es un remake, vaya eso por delante. Y casi ningún remake supera al original. Pero se trata de una historia con detalles destacables, que partiendo de un típico y previsible trío amoroso nos lleva a cuestiones y temas muy interesantes, poco habituales en el cine actual, pues no se resuelven las historias y lo planteado con ligereza ni con la facilidad que resulta de algunos guiones amañados, tramposos de principio a fin. Un capitán es capturado y tiene que decidir entre su vida y la de un soldado que está preso con él en un agujero. Toma una decisión y luego es liberado y regresa a su hogar, donde su mujer, creyéndolo muerto - han oficiado una misa y un enterramiento simbólico- , ha besado al hermano del capitán y empieza a plantearse la vida sin el esposo desaparecido. El capitán lo intuye de inmediato y ha de intentar acallar los remordimientos y resituarse ocupando de nuevo su lugar en la familia, perdido en beneficio de su hermano, aceptado y querido ya por su mujer y por sus propias hijas. Este tema bebe de las fuentes más clásicas, que son las iniciadas por Homero en "La Odisea", donde el héroe parte y deja su lugar vacante que es ocupado por otro aprovechando su ausencia.
Con grandes actores, como Natalie Portman y Sam Shepard, un guión ajustado y sin demasiados desfallecimientos vertidos para la venta del producto al gran público, la película transcurre algo seca y sin músicas empalagosas de fondo que recarguen las emociones bien sabidas y deja un par de preguntas a la conclusión de su metraje que justifican esta crítica positiva: ¿Es la familia el último reducto del héroe en este tiempo, en nuestra época sin héroes universales?, ¿ es alguien imprescindible, incluso siendo un héroe?, ¿qué es el amor sino acercamiento en el momento oportuno? Me alegra mucho que Hollywood le deje de vez en cuando la oportunidad de contestar al espectador y no provea de todas las preguntas y todas las respuestas al depositar el importe de la entrada en la taquilla.

Herminia Luque Ortiz: Bitácora de Poseidón







Es una compañera bloguera, experta en novela negra, y que escribe muy bien, como demuestra con la novela que acaba de publicar: Bitácora de Poseidón. Os recomiendo su lectura.

Capitalismo y voluntad




... me agrada echar pestes contra el capitalismo y no querría que lo suprimieran, porque entonces me quedaría sin motivos de indignación, me agrada sentirme desdeñoso y solitario, me gusta decir no a todas horas, y temería que trataran de construir un mundo habitable, porque entonces tendría que decir sí y hacer como los demás.

Jean-Paul Sartre: La edad de la razón

Novela negra y cine negro

Vuelvo a abrirlo. Mi amigo José Abad me dijo una sabia frase en una conversación muy instructiva la pasada semana y recapacité.

AQUÍ tenéis una nueva entrada.

Iris Murdoch: La negra noche

Esta novela es una sinfonía. Estamos acostumbrados a leer novelas que son como composiciones para un instrumento solista, en las que la dificultad es lógicamente menor. Y no es fácil hallar novelas en las que al menos cinco o seis personajes tengan la misma importancia, vivan vidas que se conectan y que se comunican, que marchan según un ritmo secreto pero imprescindible que, como el mar, mueve a todos los que están en él, no importa a qué altura ni con qué comodidades al alcance. Si Iris Murdoch lo consigue es porque quiere por igual a todas sus criaturas, no las utiliza en un guión premeditado, no las lleva donde se las necesita para acabar una escena o para iniciar otra. No: no las fuerza, no las utiliza, no se vale de ellas. Esto puede parecer una nimiedad, pero estimo que, por el contrario, muestra el valor de una obra magnífica, abierta, respetuosa y libre. Que está escrita para creer en el grupo, en las relaciones plurales, que huye de los mundos cerrados y solipsistas. No en vano, Murdoch bebió de autores como Platón y Sartre y sabía mucho de las sombras del mundo y de los silencios que se instalan entre dos personas que se conocen bien.
Las relaciones son familiares predominantemente en esta novela porque el núcleo lo forman una madre y sus tres hijas. Alrededor de ellas nacen las demás historias, a ellas vienen y de ellas se alejan pero solo para tomar perspectiva, para volver siempre (o casi siempre). Murdoch dibuja como casi nadie a los personajes, les insufla vida como solo los más grandes pueden hacerlo, y parece hablar de ellos después de escucharlos, cuenta como si acabara de enterarse, como si los siguiera de cerca y sin importunar, sin meterse en medio: esto les conviene a la idea y a los planteamientos de la historia, ya digo, íntima y centrada en un círculo familiar y de amigos que se quieren, se temen y se buscan incesantemente. Hay amor, mucho amor detrás de muchas miradas. Pero también hay secretos, esperanzas que nacerán truncadas, desengaños y ocultaciones sospechosas. Partiendo de una imagen en la que hay una casa familiar y de otra en la que un hombre golpea a otro en la cabeza, tomándolo por un ladrón, y casi lo mata, Murdoch avanza hacia un espacio de reflexiones continuadas y muy bien medidas, en las que el monólogo interior resulta clarificador y liberador a la vez, y no concluye las historias hasta que no hay un detonante que espolea los sentimientos, quita máscaras, deja sin ropas falsas y ocultadoras a los que hace mucho sueñan con estar desnudos. El detonante es una persona extraña, a la que atisbaremos desde los ojos de todos los personajes implicados, que es como una bomba incruenta que cae en el centro de sus vidas y que está en escena solo el tiempo justo y con su presencia consigue que algunos de los personajes salgan de su caverna y dejen de contemplar tanta sombra inútil. ¿Es el bien, es un buen hombre? ¿Los despierta alguien que es más que humano? ¿O que es menos que humano: una proyección, una idealización, una invención que perderá todo su fulgor cuando empiece a caer en el olvido? Las reflexiones que suscita esta hermosa, amplia y sugestiva novela no son pocas, y no nos abandonan en ninguna negra noche, sino que, por el contrario, nos trasladan a un lugar luminoso desde el que se puede contemplar con tranquilidad y algo más de sabiduría cuanto es digno de observación.