Belén Gopegui: Rompiendo algo

    




   Me sorprende que no se haya destacado el libro Rompiendo algo, de Belén Gopegui, como uno de los más importantes de entre todos los que se han publicado en nuestro país en los últimos años. Me sorprende porque sé que hay críticos y aficionados a la lectura y estudiosos y blogueros y escritores profesionales y escritores no profesionales que aún mantienen un criterio propio ante lo que se lee y se publica y se publicita y se defiende y se ataca con denuedo o con sorna o con desdén altanero. Me sorprende porque hay lectores y escritores y críticos que no se lo tragan todo a la primera y que leen por su cuenta, al margen de lo que el mercado y las listas de más vendidos y publicitados y comentados impone, exige o propone (depende del grado de obligación de cada lector, claro). Por hablar claro: más allá de comentar el último libro de Pérez Reverte (o su acometida contra algo que se le haya puesto enfrente a su gusto férreo y acerado), de Eduardo Mendoza (simpático y habitual), de Muñoz Molina (que respira literatura) o de Javier Marías (clásico vivo), o de cualquiera de los ganadores del premio mejor pagado, o de otros que triunfan con novelas para el entretenimiento y solaz del lector de una novela al año, la literatura española dispone de otros creadores y otros libros que están ahí para durar. Y Rompiendo algo está aquí para durar. 

   No soy un ingenuo. Belén Gopegui tiene talento, pero también ideología. Y una ideología muy clara: revolucionaria. Eso ya, de entrada, molesta y corta iniciativas de lectura y de comentario. Defender a una revolucionaria es ser lectora de una revolucionaria, casi su correligionaria. Uf, algo que a buena parte de los que leen y comentan libros ha de suponerles un ahogo, un dolor de riñones por la postura forzada, un exceso de parpadeos. Qué duda cabe: a Gopegui no se le puede hincar el diente y despachar un comentario sobre sus textos diciendo tan solo qué bien escribe, qué bien se expresa, qué arriesgada, qué diferente (algunos lo intentaron sin éxito con el Cortázar más combativo). A Gopegui hay que valorarla recurriendo a palabras más definitorias, más arriesgadas: lucidez, denuncia, revelación. Cuidado: hay palabras que queman, que quedan escritas en lo público para siempre. Defender a Gopegui y su deseo de revolución es añadir un músculo a esa revolución. Esto piensan amedrentados los pacatos, los que creen que la novela es psicologismo tan solo, los que no recuerdan que somos uno entre todos, que somos todos entre uno, los que temen, los que temen. 

   Pero leer Rompiendo algo exige algo de ingenuidad, de restablecimiento, de reposicionamiento, de humildad para empezar de nuevo y reconstruir, para desprenderse de hábitos y corduras que se han anudado a nuestras cabezas como parásitos, y eso yo no se lo pido (supongo que Gopegui tampoco) a todo el mundo. Desde que la psicología triunfante se empeñó en ser una variante de la autoayuda, desde que el sistema triunfó sobre la imaginación libre y decretó que el artista triunfa por sí solo (no tiene influencias, sino lecturas bien aprovechadas; no tiene una tradición detrás, sino un poso cultural potente; no continúa una labor, sino que se alza como icono libre en mitad del camino), desde que los medios de comunicación son la voz de su amo los bancos ya sin disimulos, ser humilde está fuera de la moda, significa ser tonto, no tener criterio propio, no ser nadie, y este es un pecado que no se perdona en una sociedad en la que aún se cree en el pecado. Ser humilde es salir derrotado a la calle, o a las redes sociales, cada cual en su mundo. Pero para el lector humilde ser humilde ante un texto valioso es fácil y placentero e instructivo, como se decía antes: te limpias la cabeza de tanta sandez reductora y declinante, te vuelves a ver con veinte años y aprendiendo, te descubres joven para siempre. Ver ideas es maravilloso, ver ideas en movimiento es maravilloso, ver buenas ideas en movimiento es cautivador, y en este libro hay ideas en movimiento cautivadoras que a mí me maravillan como me maravillaba ante otros escritos y escritores fundamentales cuando tenía veinte años. Así me ha impactado este libro de Belén Gopegui. Por eso, amigos que me me leéis ahora, buscad el libro de Gopegui, seguid el flujo de este texto e id a los textos que lo generan: nunca he sido más feliz siendo humilde.