Kim Stanley Robinson: Aurora

   


   Las novelas de ideas son difíciles de planear y de escribir, acaso sean las más difíciles porque las ideas no pueden ser inferiores a la fuerza de creación de los personajes, a la fuerza de la presencia de estos, ya que una novela casi siempre necesita que en ella haya personajes. Es a lo que más acostumbrados estamos. Aurora es una novela de ideas y tiene además buenos personajes, incluso uno icónico, lo cual no es decir poco. Robinson, uno de los grandes autores de la ciencia ficción, iguala ideas y a personajes en esta novela notable, superadora de todos los límites del género, portadora de imágenes únicas y razonamientos nada trillados, cercanos a lo original, lo cual es decir mucho, muchísimo. La idiotez mercantilista de suplementos literarios y críticos anclados en la idea de que la verdad está en la literatura realista porque dice más que otras literaturas del ser humano es ya un anacronismo, un empecinamiento ciego e improductivo que aleja al buen lector del buen lector analista. Lo lamento. En una sociedad del siglo XXI que se cree libre y juiciosa no hacer más caso de obras como esta y empeñarse en tanta novela basada en novelas es tan estéril y absurdo como comer solo de un mismo sabor de helado toda la vida. 
   Robinson se vale de una Inteligencia Artificial para narrar los avatares de unos humanos lanzados al espacio en pos de un espacio para la vida en otros planetas con gran soltura, con una pasmosa sencillez y una credibilidad absorbente. LA IA tiene que ir cultivándose, tiene que ir soltándose, tiene que ir aprendiendo a manejarse con metáforas y comparaciones y con una cierta poesía absolutamente necesaria para que su narración parezca humana. Qué bello aprendizaje, qué bellas meditaciones nos plantea Robinson. Qué sonrisas arranca de nuestros ojos lectores. Sin abandonar nunca su fría sabiduría basada en datos y computación de datos, la IA cuenta las aventuras y desventuras de los seres humanos embarcados en una gran nave durante varias generaciones, muestra su extrañeza y su desdén a ratos, pero también poco a poco su empatía, su lealtad, su valentía, su entereza: valores humanos que vemos reflejados en la IA y que mueven a pensar qué ha sido de ellos cuando están dentro no de circuitos sino de carne y reflejos humanos. La vida es complicada a bordo, las esperanzas de llegar a destino -Aurora- se ven lejanas o remotas pero los años irán pasando y el planeta elegido para ser la primera colonia humana cada vez está más cerca. Durante muchas páginas la IA detalla, explora, recoge conversaciones y va mostrando una personalidad. Robinson demuestra ser un autor de gran altura, de gran calidad, y no me siento hiperbólico al afirmar que se trata de uno de los imprescindibles del aquí y ahora. 
   Y antes de que las ideas vuelvan, hay que hablar del personaje de Freya, protagonista junto a la IA de la novela. Ella ha nacido en la nave, solo conoce lo que hay en la nave y lo que ve por las ventanas de la nave. Como todos, va hacia un planeta que no sabe si la acogerá o la rechazará, si será verdaderamente habitable. Es muy alta pero le ocurre como a todos los de su generación: por culpa de haber nacido en la nave y nunca haber salido de ella sus capacidades mentales están un poco reducidas. Es el peaje que pagan los que llevan tanto tiempo en el espacio. Es muy alta, una gigante al lado de sus amigos, cuyas  inteligencia y  estatura están mermadas. Es lenta. Siente como cualquiera, se hace preguntas como cualquiera, no tiene reacciones desacompasadas, pero está claro que es un ser que padece algún tipo de involución. La elección de este personaje como principal no es motivo de compasión por parte del lector, ni de rechazo alguno: con Freya vamos a ir sabiendo muchas cosas, vamos a aprender, a razonar, incluso a adoptar una postura cuando lleguen los problemas graves, definitivos. Tendremos a Freya, algo lenta, y a la IA, con toda su capacidad: y al frente el futuro. Y entonces vuelven las ideas, y Robinson muestra opciones, debates, enfrentamientos, choques, un inspirado ecologismo, violencia, reuniones y al hombre con ideas contra el hombre con ideas, eterno ir y venir del ser humano. Sin jugar a buenos y malos, subvirtiendo, tomando partido acaso por los que parecían estar equivocados, Robinson le da una vuelta a la historia y retoma la novela de ideas con un vigor pocas veces hallado, con una energía contagiosa, con un espíritu de diálogo que sirve para lavar y adecentar, no para emborronar, y nos hace llegar a un mar que limpia y enfría, a una playa que calienta y deslumbra, ante una idea que se abre y no se enroca: ante una literatura muy, muy necesaria en tiempos de coronavirus y mentiras por doquier.