Amos Oz: Conocer a una mujer




    El gran escritor Amos Oz escribió esta novela entre los años 1987 y 1988 y, aunque ya no se hablaba entonces ni ahora se habla de existencialismo, con toda seguridad puedo decir que es una novela existencialista. Un hombre que ha perdido a su mujer en un accidente un poco raro y que ha trabajado en el servicio secreto israelí se queda parado, se observa en silencio a sí mismo pero no se hace preguntas cuyas respuestas lo inviten a avanzar, a salir de una situación en la que todos los que le rodean lo ven inmerso innecesariamente, dañinamente. Yoel espera sin saber qué espera, aguarda una señal o la comprensión de las señales y quizá se equivoca al no equivocarse actuando. Perplejo, anclado entre instantes, se pregunta qué podría hacerlo comprender, qué podría ayudarlo a percibir el sentido profundo de las cosas o al menos de alguna cosa que sea definitiva. Y este es el terreno de la novela existencialista, que nunca ha desaparecido y que con otros nombres sigue dando nuevos frutos ayer y hoy. De lo cual me congratulo, porque es acaso el tipo de novela más profundo y revelador y gratificante que uno espera y del que uno obtiene más aun sin saber que lo obtiene. 
    A Yoel lo rodean dos abuelas -su madre y la madre de su fallecida mujer-, su hija y un amigo inesperado y dos vecinos particulares, uno de ellos una joven, que tratan de tenerlo siempre muy cerca, hasta el punto de que el hermano de la joven lo lleva literalmente hasta la cama de la hermana en alguna ocasión. La hija tiene episodios alejados en el tiempo de una enfermedad sin fácil diagnostico que le ha procurado la protección no deseada de su padre, perplejo porque no sabe si es epilepsia o fingimiento. Las abuelas se llevan bien y le quieren, sin embargo no paran de recriminarle que permanezca en su estado de atontamiento y de estancamiento idiotizante. Con ellas sufre y disfruta, nunca se siente lejos ni se aleja. A su hija no le administra sino un cariño un poco desafiante, como el de tantos otros padres que controlan y no dejan a los hijos ser ellos mismos, sufrir y equivocarse con sus propios actos y palabras. Es una familia que vive junta y que no parece que vaya a separase, pero ¿es la familia que deseaba tener Yoel? ¿Era su mujer la mujer que Yoel deseaba tener? ¿La relación con ella fue sincera, determinante? Vienen las preguntas y Yoel no sabe qué pensar, así que se dedica a cuidar de la casa, no se queja y acepta que lo quieren y quiere a su manera, arregla y riega su jardín, no hace planes, rechaza el ofrecimiento de volver al servicio activo, a la espera todo el tiempo de la señal, del deslumbramiento, de la conclusión de algo que no sabe si ha empezado o si tendrá un final lógico: como la propia vida. 
   El escritor Amos Oz, uno de los grandes de las últimas décadas -qué prosa tan bien construida, creativa y exigente, nunca desparramada ni escueta como la de tantos que hacen nido con cuatro logros tan solo, qué dominio del ritmo en el párrafo muestra en estas páginas de maestro del oficio-, construye su novela con claroscuros y muchas preguntas sin respuesta y no engaña ni dilata sin más lo que podría ser argumento de un relato y no de una novela pues en las meditaciones de Yoel hay un crescendo soterrado que apunta a un cambio final, a una modificación o a una asunción, con lo que la novela logra que todo su peso tenga valor y su ritmo sea lógico y completamente fundado. Por supuesto, no hay respuestas definitivas, qué gran mentira sería lo contrario. La novela existencialista es la novela de una crisis y de las crisis se sale sabiendo que se ha luchado y no se ha dejado uno vencer. No se gana pero no se ha perdido, de ninguna de las maneras. Casi nada.  Lo que no desaparece siempre vale para aprender y para avanzar siendo, si se es hondamente humano, más fuerte y más humilde.