Lorenzo Luengo: El dios de nuestro siglo


 
Aunque uno es un lector curtido y diferencia muy bien la ficción de la realidad, aunque uno conoce el oficio y lo practica, aunque uno se distancia automáticamente cuando está ante un libro que contiene escenas de gran dureza, no puedo ocultar que leyendo esta novela he sentido pujando algunas lágrimas contra unos ojos secos y ya algo viejos que siempre creen haber visto y leído demasiado. Demasiado, pero nunca todo, por supuesto. Lágrimas que no creo que haya buscado arrancar el autor para emocionar vanamente, sino para concienciar -en mi caso, volver a concienciarme. El daño que les causamos a los niños en esta sociedad consumista en la que reina tiránicamente la apariencia es cada vez mayor. Dañar a un niño es dañar, como dice la narradora de este gran libro, a lo que hay de más humano en nosotros, a lo más puramente humano, a lo más perfectamente humano. Y se lo daña no solo directamente, sino a través de tanto anuncio cargado de segundo sentido, a través de tanto programa que busca a menudas estrellas y pone en el camino de la competición ya a tan tiernas edades, a través de las barbaridades que hay en la red, ya sea en páginas visibles como en páginas ocultas, donde se daña y/o se muestra incluso cómo disfrutar dañando a los niños. Es estremecedor. 



   El dios de nuestro siglo encierra varias novelas dentro de una sola: hay un thriller, hay una novela de ideas, hay una novela que es asimismo un ensayo sobre el dolor y la destrucción. Todo está muy bien engarzado y presentado, porque se trata de un libro que puede tener muchos lectores y se lo merece. A ratos hay un desplazamiento de la narración hacia lo filosófico y es absolutamente necesaria para no hacer de la novela algo epigónico, inerme, lo que habría roto los deseos de su autor: se habla del universo y del sentido del mal, del sentido de la vida, pero no se produce un declive, logro muy raro en toda novelística y más últimamente en la española, una vez ha descubierto cómo ir segura por el camino fácil de best seller. Luengo no aparta a la detective de la investigación ni la zambulle en un mar de desvaríos para darle sentido a lo que nos plantea, ni le hace falta: escapa al encasillamiento fácil y a la caracterización simplona y dota a su personaje de más cultura, más capacidad de análisis, más introspección empatizadora sin forzar nunca, sin engañar, sin emborronar, dando un paso más en la novela criminal o negra, que no ha de estar siempre protagonizada por seres que sufren y beben y miran de reojo al mundo. Un mundo que está bullente de ideas, que nos viste con ideas y nos hace de ideas para salir a la calle y visitarlo, cortejarlo, despreciarlo, amarlo, entenderlo o rechazarlo: somos ideas hasta cuando no creemos ser más que instinto. Ideas brillan en nuestro ojos cansados y en nuestros vientres de madre primeriza, en nuestras manos que empuñan un teléfono y marcan un número u otro, en nuestros actos ante el superior en la comisaría, en los brazos cruzados de los padres que desconocen el paradero de su hijo, en la espalda de la madre que se da la vuelta para ocultar que sabe más: las personas somos ideas, y por eso decimos de algunos que tenía su idea: solo los niños guardan un resto de pureza y de sinceridad pura. O quizá ya no. Y Luengo nos lleva a la tercera parte, al tercer componente esencial de su valiente novela: el lugar del dolor y la destrucción,  ese que ya no les evitamos a los niños, ese del que ya no alejamos a los niños, ese en que algunos hunden a los niños para su asqueroso disfrute inhumano. Y aquí, en este nivel, la novela vence y convence, se atreve a tocar lo delicado y a nombrar lo innombrable y no retrocede, no finge, no pone vendas delante de los ojos y acusa, señala con tanto acierto y verdad que uno no puede por menos de emocionarse y sentir que si llora leyendo algunas páginas de la novela será porque aún mantiene algo del niño que fue y que sufre viendo el daño que se les hace a los niños de ahora.
   Lorenzo Luengo ha escrito una novela absolutamente necesaria, una novela de verdad imprescindible para saber en qué mundo estamos y qué hacemos con la infancia del siglo XXI, una novela excelentemente narrada y estructurada, creíble y profunda como apenas hay novelas aquí y ahora, una novela que podrá esgrimirse con fuerza y decisión cada vez que alguien hable de la crisis de la novela con una sola frase definitiva: No mientras se escriban novelas como esta. 

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   Lo mejor: La voz de Daniella, que igual habla de lo cotidiano que de lo más filosófico sin que hay salto ni impostación.
   Lo peor: Que alguien piense que es una novela dura y sobre un tema duro tan solo y no vea que nos concierne a todos.