Stephen J. Rivelle: El cruzado

   


   Destaco de esta novela el buen uso que se hace de la narración mediante un diario, el que escribe el cruzado mientras viaja matando y conquistando hacia Jerusalén. Hay muchas meditaciones, muchas preguntas y muchas dudas sin respuesta que interpelan al lector sin molestarlo ni apabullarlo. Su tono es confidencial, lógicamente, y sobre todo es humilde, muy humilde, porque el cruzado no quiere mentirse ni mentir a su libro, con lo que de la intensa fe inicial va pasando a las dudas razonables y razonadas y al desconcierto creciente al encontrarse en medio de batallas y asedios y matanzas sin nombre. Soldado y creyente, hombre de creencias y hombre de espada, hombre ardoroso y hombre que quiere ser puro, Roger de Lunel teme y padece y cada vez se va sintiendo menos seguro, menos duro, menos soldado y menos ciego ante la fe ciega. Su periplo es emocionante y su diario es detallado y posee una mirada despojada, y la novela concede mucho espacio a los momentos sin batallas y sin conquistas para mostrarnos los momentos de pausa, los momentos de vacilación y miedo y horror ante los asesinatos y las torturas, algunas verdaderamente horrendas, como alucinaciones o pesadillas de una mente muy enferma pero hechos reales en la historia humana, demasiado reales. Fe y espada, búsqueda y deseos de abandonar y huir, un pasado que está en los libros de historia y que en palabras literarias sirve para sacudir e incitar a no olvidar y a conocer más, lo que creo es el mejor fruto que puede dar una novela histórica. 

   Lo mejor: Cómo se expresa Roger, cómo le habla a su libro. 
   Lo peor: El descubrimiento de una identidad que resulta difícil de creer por la cercanía.