Graham Greene: El poder y la gloria

   


   Magistral novela en la que Graham Greene muestra la fe y los errores de la fe como quizá nunca se han mostrado, es la obra de un autor al que nunca me cansaré de recordar y recomendar, porque habla en sus libros de problemas humanos, muy humanos. Con una técnica de categoría muy superior a la de casi todos los libros que ahora se publican, Greene -que entendía de cine y sabía plasmar en las páginas que escribía los mejores avances mostrados por el Séptimo Arte- además no narraba solo para dar satisfacción al lector, sino para incomodarlo, para interpelarlo, para obligarlo a bajar a la arena a debatir: función esencial de la novela antes de que las editoriales quedaran casi todas en manos de publicistas. El cura que huye y se acusa a sí mismo de ser un pater-whisky, un ser impuro y alejadísimo de la santidad es uno de los mejores personajes de la historia de la literatura: por su complejidad, por su hondura, por su discurso y su antidiscurso pero, sobre todo, por su gran realismo, por ser tan creíble y tan poco encasillable. 
   Acompañamos al cura en su huida y en su dolor por el mal que encuentra y que va levantándose como polvo en el camino por los lugares que recorre y lo entendemos y a ratos queremos acusarle y a ratos queremos condenarlo. Con la excelente tercera persona narrativa de Greene podemos verlo y tomar perspectiva, acercarnos cuando Greene se acerca y comprender, compartir y hasta admirar, porque es digno de admiración que alguien -cada día más- se culpe por sus errores y se sancione por haberlos cometido -en este tiempo de psicoanálisis mal entendido, que está sirviendo para justificarlo todo en bien de un equivocado mejor conocimiento de uno mismo, no es logro baladí- sin en ningún momento apartarse de los demás, sin darles de lado y sin aprovecharse de las cercanía de los demás para justificarse. La narración está trufada de descripciones someras y reveladoras, de meditaciones sabias, y la conduce un talento literario de la más alta magnitud -adecuadísima a su tiempo, pues nunca hay demoras innecesarias, la emoción y hasta el suspenso están siempre presentes, la duración de cada secuencia crea un ritmo intenso que nunca se desborda ni se estanca, gracias a que quien narra no se muestra más que cuando es preciso-, la de los autores innegablemente inmortales. 
   Obra esencial para entender la fe en el siglo XX, la desazón de la soledad, el infortunio del perseguido, la comunión de los iguales, la tolerancia y la intolerancia de las ideas, los caminos del progreso y del conservadurismo, no es una obra que deba tragarse de un bocado y no tiene un solo postulado al que acogerse para catalogarla en un sentido o en otro; contiene mucha rabia y mucho amor, mucha rebelión y una creatividad de la palabra y de la frase como solo he visto en cinco o seis novelas a lo largo de mi vida lectora: he aquí uno de esos libros a los que volver siempre, siempre.