Joseph Conrad: El corazón de las tinieblas

  


   No hay tantas novelas que podamos considerar "adultas", irrebatiblemente adultas. Esta es una de ellas. Una de las mejores novelas que se han escrito, de las más misteriosas y sugerentes y más aptas para ser releídas una y otra vez: para convertirse en lo que antes llamábamos un libro de cabecera. Es adulta porque la indagación de Conrad en el lado oscuro de la naturaleza humana, la aproximación al umbral indescriptible que separa a la vida de la muerte no pudo hacerse con mejores ideas, palabras e imágenes, sugerencias de exploración. Cuando relees la novela con una edad que ya no es joven, observas que no hay juego, que Conrad se atrevió a abrumar con un exceso de imágenes y de adjetivos, que echó fuera la acción porque habría quedado como pasajes infantiles al lado de la tajante verdad que aletea en cada página de este mítico libro. 
   Irrebatiblemente adulto es el punto de vista, el alejamiento del narrador y la inmersión de Marlow en algo que no sabría describir, que no sabría narrar incluso si no se detuviera ante el abismo de lo que tan solo presintió. Conrad pone filtros, le da la vuelta al catalejo, no quiere ahogarnos en lo oscuro, y con esta disposición brillante logra que la luz y la oscuridad se alternen, se abran y se cierren, se acomoden y salten, sean una cosa y su contraria a la vez. Dentro de todos nosotros hay algo que quiere hablarnos, que quiere ser aparte de lo que consideramos que somos. Menudo mensaje el del grandísimo escritor. Antes se apelaba a lo moral, después lo llamaron personalidad y lo miraron con ojos que se clavaban en el espíritu, y ahora sabemos que es algo que se parece al alma y que está ahí, en ti y en mí, donde no hay sangre ni enfermedad ni muerte, cerca y dominante, pujante y sin ruido, humo que no se deshace jamás.
   En pocas ocasiones tendremos la oportunidad de leer una novela tan fascinante en la que tan poco importe el argumento, apenas los personajes, y que nos deje con una sensación tan segura de plenitud en el arte de narrar. Es una de las escasas maravillas del arte de la novela que pueden mirar a la cara a las grandes maravillas de otras artes sin miedo a defraudar, a sentirse inferiores. Está en el corazón de lo mejor del ser humano, de lo que de verdad es el ser humano.