Patricia Highsmith: Gente que llama a la puerta

  





   Mejor y más profundo, a su manera, que Un libro de mártires americanos de Joyce Carol Oates, una de las obras maestras de este siglo, Gente que llama a la puerta es un libro imprescindible y único. Patricia Highsmith creó también en esta novela a algunos personajes incontestablemente creíbles, sólidos, y los metió en una historia verosímil que podría haber firmado perfectamente un autor de novela social o existencialista, algo nada sorprendente, por otro lado, en la labor de la grandísima escritora estadounidense. Y digo a su manera porque Highsmith nunca alza la voz, parece narrar desde una normalidad desarmante, no carga las tintas sobre los temas que elige pero no da un paso atrás cuando estos le solicitan opinión, tomar partido. Highsmith apostaba por la gravedad de lo dicho sin letras mayúsculas, sin pausas demostrativas, sin sobrecargas emocionales. Con diálogos sencillos -nunca puestos como relleno-, deja que los personajes se manifiesten y crezcan a ojos del lector fascinado; con repeticiones de los actos diarios nos revela qué tiene de profundo y qué de innecesario el ajetreo diario; con comidas normales, salidas a lugares normales, encuentros normales y diversiones y alegrías y tristezas normales logra decir cosas importantes como ningún otro escritor al que yo haya leído. 
   Sobre el fanatismo religioso se puede decir y se ha dicho mucho, pero en pocas ocasiones se ha contado tan desde dentro y tan vivamente como en Gente que llama a la puerta, sin subrayados, sin demostraciones vanas, sin alardes de ningún tipo: Highsmith trata a los personajes que no son habituales de las novelas como si lo fueran, los presenta y los hace estar y ser con una naturalidad pasmosa, y eso la hace única y magistral, porque los que hemos conocido a seres fanatizados sabemos que crecen en sus miedos y sus seguridades poco a poco, sin sobresaltos, sin rasgarse las vestiduras y sin necesidad de que se les aparezca ningún dios, ningun fantasma: tienen una fe que preside sus vidas como otros tienen el deporte, la afición a los coches o a la caza: algo es el centro de sus vidas pero no lo viven de una forma que los hace parecer unos idiotas o unos desdichados en todo momento, en cualquier situación, solos o acompañados. El fanático no se convierte de golpe, sino que es ganado paulatinamente por unas ideas y unas costumbres que acaban por ser tan reales para él como lo más real del mundo. ¿Hay tragedia? Claro, en una novela de Patricia Highsmith esperamos que haya algún hecho luctuoso, pero que no espere nadie un golpe de efecto, una mentira bien urdida y entretenedora que acaba en fuegos artificiales: habrá un hecho fuerte, pero habrá después una vida que sigue: y es sin duda entonces cuando veréis que nadie, absolutamente nadie más es capaz de seguir cotando una historia de este tipo como Patricia Highsmith, maestra no solo del suspense sino también de la descripción del río desbordado pero en calma, dueño de su caudal y del dibujo de su cauce. 
   Admiro a esta escritora, le debo mucho como novelista y me alegra seguir disfrutando con la lectura de sus libros, seguir sorprendiéndome con ella y seguir aprendiendo cada vez que acaba una tarde de lectura con uno de sus libros frente a mí.