Miguel Sáez Carral: Apaches

  



   Una de las cosas decisivas que le faltan a nuestra literatura es realismo, pero no ese realismo impostado y de segunda mano de los que escriben desde una atalaya o documentándose cómodamente, sino el realismo de quien sabe de qué está hablando porque lo ha vivido, lo ha tenido bajo la piel. Esto puede parecer algo trasnochado o incluso un aserto proveniente de un tiempo lejano en que se pedía a los autores que se lanzaran a hacer realismo social. Pero no: recordad qué habéis leído recientemente, qué habéis visto en alguna pantalla plena de ficción y quizá no estéis tan enfadados con mi meditación enteramente balzaquiana, barojiana. 
   En Apaches, novela que no tiene una valoración crítica deslumbrante, pues no está escrita de manera exquisita y puede despacharse rápidamente con aquello de "huele a película", hay mucho realismo del bueno, de ese que invita a mirar a la propia realidad y a interrogarla, función primera para mí de toda literatura. Y como muestra está la descripción del barrio de Tetuán, al principio del capítulo 06, con una poderosa imagen -"luces lejanas"- y una mirada a la que no le haría ascos otro grande del realismo, Juan Marsé. Grandes y humildes, de mirada directa y sin censuras, atentos a la memoria y a las melancolías controladas: escritores que nos dieron genuinos pedazos de sí. Con ellos está siempre mi admiración y mi respeto.