Joyce Carol Oates: Un libro de mártires americanos

   


   Cuando uno está dentro de una gran novela siempre tiene la sensación de que no hay otra manera mejor de escribir, de describir, de narrar, de contar. Es una experiencia total, algo que nunca una película logra, ni una pieza musical, ni arte ninguno: se es lector y se es partícipe de lo que está ocurriendo, y no de una manera superficial o muy pasajera, sino tan real que puede hasta resultar algo abrumador. Un libro de mártires americanos es una de las grandes novelas de mi vida lectora. Al acabar de leerlo me enfrento a su recuerdo con la misma satisfacción que lo hacía tras cerrar otros volúmenes memorables, de Balzac, de Faulkner, de Zola, de Moravia, de Böll, de Cortázar, de Dostoievski. Porque creo que su importancia no es mejor que la de algunas grandes obras del pasado, esas que consideramos inmortales. Y lo es gracias a la polifonía de voces que integra esta excelente novela, sin la cual sería únicamente una buena, una notable novela. Solo una privilegiada creadora como Joyce Carol Oates puede afrontar un reto semejante, alzar un edificio narrativo de esta altísima categoría y que las voces no suenen a una sola voz, que los puntos de vista sí sean múltiples, que las informaciones no aburran ni parezcan adiposidades (nada lo es en esta monumental novela de ochocientas páginas, otro mérito mayúsculo), que los personajes tengan entidad propia y no parezcan y aparezcan como a propósito para demostrar una idea preconcebida.
El futuro de la novela va por aquí: temas decisivos y planteamientos brutalmente honestos. Indagaciones en asuntos que a todos nos atañen y que no arrojan una sola conclusión. Personajes vistos desde muy adentro, con los que el lector comparte momentos de honda significación. Plasmación del paso del tiempo vivaz y con selección no lineal. Extensión de la obra amplia pero sin aditivos ni colorantes artificiales (no se pueden contar vidas en novelas breves). Elección de un lenguaje accesible, con adjetivación imaginativa y alternancia de frases cortas y largas sin que el estilo ahogue y marque los caminos de la narración, pues en su versatilidad habrá también un efecto de verdad y verosimilitud. Un riesgo que recuerde al lector que no se escribe para contentar ni para andar sobre las pisadas de otros.
Ejemplar, fascinante, arriesgada, esta magistral novela es uno de los (aún escasos) clásicos del siglo XXI.