La puerta del diablo, de Anthony Mann





   Una de las mejores películas del Oeste que he visto, es sin duda además una de las más serias, comprometidas y rigurosas con la verdad que se han filmado. La historia de un indio integrado en la sociedad de los bancos que tiene unas tierras no escrituradas y padece el virulento racismo de quienes desprecian a los que no son como ellos es un filme sin concesiones, sin manipulaciones ni guiños fáciles. No hay mentiras disfrazadas de buenismo ni final redentor ni nada que se le parezca: con ojos desnudos filmó Mann y contó con gran verdad lo que ocurre cuando el dinero manda y los no aceptados reciben el odio de quienes no son más pero creen serlo solo porque se ven mejor en un espejo. Las interpretaciones son sobrias y no hay ningún exceso que enturbie un discurso a media voz tan potente y duradero: el poderoso barre al débil sin importarle más que su interés, avalado por leyes creadas para su propia defensa y su hegemonía. La escena en que rechazan de nuevo la propuesta del indio de poder adquirir sus propias tierras es inolvidable y certera como un mazazo en la cabeza.