Ian McEwan: Sábado

   


   Un día para el amor, el reencuentro, la toma de conciencia, la defensa contra la violencia inesperada, el perdón y la familia, la política y la ciencia: Sábado cuenta mucho en un solo día, y McEwan sintetiza pero aborda temas realmente importantes, en los que vale la pena involucrarse y decidir. Es la novela de un autor capaz, muy capaz, un autor maduro que no ha llegado hasta aquí por casualidad ni por estar tocado por la suerte ni por nada de otro mundo: en su carrera de escritor, McEwan ha ido probando y probándose y ha trabajado hasta llegar a obras tan perfectas como esta, que forman parte del reducidísmo grupo de clásicos instantáneos. Para lograrlo se ha equivocado en el pasado y, sobre todo, también ha porfiado por hallar un espacio propio, en el que su voz y sus obsesiones cuajaran con grandeza y con sabiduría, la de uno de los mejores escritores de nuestro tiempo, sin duda. 
   Henry, el protagonista, es un neurocijuano en un día de descanso. Espera contar con su hija, que viene de Francia, con su suegro, insigne poeta, con su mujer, abogada, y con su hijo, músico, para una cena familiar. Antes de preparar la cena jugará un amstoso partido de squash con un compañero de trabajo. Lleva fresco el recuerdo de un avión que ha visto caer de madrugada en un cielo acaso amenazador y ha contemplado el avance de la multitud que, por las calles de Londres, se manifiesta masivamente contra la guerra, una guerra, quién sabe si todas las guerras. Es un día más, o más bien no: en este y en todos hay muchas decisiones morales a las que enfrentarse, desde que bajas a comprar el pan, incluso desde antes, cuando te despojas del pijama y abandonas tu tranquilo hogar. 
   Ian McEwan, como los mejores y más honestos autores que observan el mundo y emiten opiniones con sus novelas, nos ofrece en su libro posturas enfrentadas, nos muestra a personajes con obsesiones e ideas que chocan, que permiten estar ante varios puntos de vista que invitan a ser apoyados o rechazados, discutidos o asumidos plenamente. También nos lleva dentro de las meditaciones del personaje principal y nos muestra sus contradicciones, sus porqués, sus dudas, y, aunque quizá asume una línea como creador, no nos deja el cuadro sin perspectiva, sin fondo, no lo acerca plano y falso. McEwan es más racional a medida que cumple años, más realista, y su compromiso con los temas que aborda se me antoja más profundo y más lúcido. Es un literato, claro, pero su espíritu es también el de un filósofo, el de un pensador que crea libros cuando algo le percute, lo agarra del cuello, le demanda una respuesta vital. Sábado es una respuesta vital, además de una respuesta literaria. Posee un justo equilibrio entre razón y emoción de tal manera que permite estar sintiendo cosas a la vez que se forman poderosas imágenes muy plásticas en nuestra mente lectora, imágenes rotundas y limpias que no son impuestas, sino como firmes susurros de una voz conocida en un momento de tranquilidad. De esta forma seductora y nunca maligna, consigue McEwan que el lector abandone por un rato el inmovilismo y la obcecación para abrirse a posturas alternativas, a razonamientos acaso rechazados en conversaciones o ante un periódico, y se plantee el uso de la empatía para ser otro y quizá volver más completo después a sí mismo. Esto, que no se persigue casi nunca en la novela actual sin actitudes espurias detrás, me lleva a creer que Ian McEwan es uno de los autores imprescindibles, ineludibles de nuestro tiempo, alguien que nunca discursea y que no orilla los temas más importantes a los que estamos, querámoslo o no, enfrentados o, cuando menos, ante los que todos estamos citados.