Henry James: El americano

  

   De cuestiones morales pocos sabían tanto como Henry James. Esta novela está constituida por una serie de preguntas que se hace el personaje protagonista y que entrañan severos riesgos para la salud mental. ¿Hay que vengarse, hay que aceptar la derrota cuando se tiene un arma poderosa que utilizar contra el enemigo? ¿Hay que alejarse de lo que nos daña en lugar de enfrentarlo hasta la destrucción? ¿Qué es un caballero? ¿Que daño produce el dinero en los que lo aman como a algo serio, sólido? Por supuesto, las respuestas están dentro, están en las páginas del propio libro, y eso es algo que a mí me parece muy valioso, porque a diferencia de tantas novelas en los que los autores plantean muchas preguntas y no responden porque no saben responderlas, Henry James sabía crear preguntas y acercarles buenas respuestas. Y no son respuestas ahogadas en moralina, sino en moral: lo que sigue sirviendo a los que, como yo, tenemos ideas de justicia social, de inconformismo y de renovación pero nunca de imposición ni de mandatos inflexibles. James es uno de los pocos afortunados a los que las respuestas en narrativa se le dan bien, tienen un peso y una argumentación, y no solo se le permiten sino que se las espera con atención suma. Lo que define al ser humano es la encrucijada. Quien nace no es invitado a nacer, sino que es nacido por la fuerza. Y desde ese momento ha de tomar decisiones, todas con componentes ideológicos y morales de fondo. Interrogarse es hacerse daño, cuestionarse, bajar del altar al ego que nos alimenta y nos mueve ante nuestros semejantes (actividad casi inaudita en la actualidad). Gracias a autores como Henry James podemos interrogarnos leyendo y tomar decisiones ante las letras que servirán para definirse más tarde sobre las tablas del teatro del mundo. Con una ventaja: James nos ayuda a tomar partido, a apoyarnos en una idea, a usarla con una sana lógica que une lo exterior sentido con lo interior padecido.Qué cómodo es para tantos lanzar preguntas y volver al interior de sus cuevas. Qué fácil cuando nada más tiene que aportarse. No me extraña que Henry James sea tan leído, tan recordado y tan festejado en esta época. 
   El americano se lee sin desmayo, con avidez, porque hay una sabia conjugación de historia transparente y suspenso de fondo que se articula muy bien en una trama sin grandes sorpresas y con grandes personajes creíbles que son la sorpresa y el mayor logro del libro. James es de los más grandes, de los que alzan arquetipos, de la estirpe de Balzac, uno de esos escritores en letras mayúsculas que no pierden el tiempo dando detalles superfluos, cargando de morralla sus creaciones, sino que ponen toda la fuerza de sus textos en la verdad de los personajes. Quizá solo hay un personaje completo en este libro, pero es un grandioso personaje: el estadounidense que viene, rico y hastiado, a buscar mujer en Europa y se choca con lo que no conoce: las antiguas tradiciones y lo más rancio de los apellidos ilustres y sus moradas entelarañadas de secretos y rigideces. James le dedica un libro a su deambular, su perplejidad y su enamoramiento sin despeñarse en abismos romanticones, en fábulas de soporífera siesta evasiva. Hunde, por el contrario, su ironía en la descripción de la inmovilidad, la hipocresía y las manipulaciones de los que por salvaguardar su buen nombre son capaces de mentir, fingir y matar. Pero no es nunca cruel, no es nunca artífice de grandes manchas que emborronan. Como su personaje, con calma absoluta y con mente fría va haciendo una lista de infamias con la punta de un bastón sobre la arena, alejándose para no salpicarse de tierra sucia. Ese punto de vista es toda una respuesta, una concienciación, una apuesta por el equilibrio real que necesita todo ser humano.