Antón Chéjov: Agafia

 



   Pertenezco de alguna manera al mundo en que tiene lugar este relato, pues he nacido y crecido en una población pequeña y la luz, los cantos de los pájaros, las relaciones entre las personas y lo sabido y lo callado eran lo importante y lo no olvidable, así que me cuesta poco entrar en él y sentirme parte de él, aunque la historia nada tenga que ver conmigo ni con nadie a quien conocí. Ayuda, claro, la sencillez con que expone en primera persona el narrador, aportando detalles de ambientación que no son superfluos y que definen mejor lo que no se dice, lo que se intuye, lo que está en la sombra de este relato que aborda los encuentros de cuerpos de mujer con el cuerpo de un hombre apuesto y nada deseoso de ningún movimiento, de ninguna actividad, que imanta por eso a las que solo pasan el tiempo en medio del sufrido día a día gris junto a maridos que invierten su tiempo y sus energías en trabajar y buscar alimento y descuidan quizá la llamada del amor de sus compañeras.  Y es por la claridad expositiva, por el tono de normalidad y por la mirada apacible del que cuenta -y del que escribió el cuento, el grandísimo Chéjov- por lo que el resultado es tan memorable: todo está en la vida, se nos dice, y ser testigos es un éxito al que no hay que restarle ninguna importancia, es un don que se nos otorga si sabemos mantener clamado el corazón y abierta nuestra mente.