John Updike: Lo que queda por vivir

   


   ¿Cuántos escritores pueden hablar de lo inefable? John Updike es uno de los pocos que, con su prosa luminosa y arrebatadora, lo consigue. Buen ejemplo es este relato, en el que un hombre camina a oscuras por una casa desconocida una noche, cae por una escalera y no se mata milagrosamente gracias a que algo lo detiene (él piensa que alguien), o más bien lo sostiene. Desde ese momento lo ve todo de otra manera (¿o ya desde antes?), tiene acertadas intuiciones y seguras clarividencias que no fallan, que atestiguan sus aciertos de pensamiento y de perezosa obra. 
   Qué pocos autores ha habido que escribieran tan bien, que pusieran los adjetivos cuando es necesario -para que sean algo útil y no flores bellas pero muertas ante nuestros ojos- y no temieran hacerlo juntando hasta cuatro en una misma frase, que no perdieran jamás el ritmo ni el sentido narrativo sin importar qué tema abordasen. Updike fue un grande, uno de esos escritores tocados por algo que -por seguir el sentido del relato- llamaríamos gracia -en el doble sentido, además: qué oportuno y sabio era su manejo del humor y con el humor-, un coloso que vivió no hace mucho y es sin duda uno de los clásicos que nunca serán olvidados.