Cuenta London en este relato la historia de un chino que pasa de ser un trabajador explotado a un hombre de negocios triunfador con un férreo deseo en su horizonte vital: tener una vejez tranquila. Aspira a esa calma porque entiende que, después de muchos años de trabajar, es lo más sensato a lo que puede aspirar un hombre que ha ganado mucho dinero, ha disfrutado muchísimo y no ha escatimado en gastarlo en sus muchos hijos. Seguir envuelto en los líos de las empresas, las inversiones, las compras y ventas no le parece adecuado a su talante tranquilo y a su pensamiento filosófico. Y lo prepara todo para que así sea, aunque a su familia le disguste y a su esposa la incomode tal decisión.
Menuda diferencia con los hombres de negocios de hoy, piensa uno leyendo el relato: fallecen de un infarto al pie del cañón con el que siguen defendiendo sus castillos de dinero, libran batallas complejas y desgastadoras en las que acometen como si fueran arietes con sus abogados a sueldo, compran a sus enemigos, a jueces, sobornan y se aferran a sus cargos y a sus poltronas hasta que exhalan el último suspiro. London, siempre con un ojo atento a lo que se cuece en las poltronas del poder, nos legó otro relato de vigencia máxima y de crítica impagable a los que aman por encima de todo al dinero.