John Updike: Corre, conejo

   


   Existe un tipo de ficción evasiva o indiferente y otro tipo, una ficción iluminadora que hurga en la realidad para extraer de ella lo que mejor puede describirla y la vuelve necesaria y clarificadora, al que sin duda pertenece Corre, Conejo, una obra maestra de la duda, del ofrecimiento, del develamiento y la sinceridad. Pocas veces un escritor ha dicho tantas cosas acertadas sobre un personaje, pocas veces lo ha acercado a los lectores de una manera tan directa y tan pura. Conejo es una de las grandes creaciones de la literatura universal, un personaje a la altura de Madame Bovary, los Karamázov, Hamlet. Su estupefacción, su huida continua sin destino prefijado lo narra John Updike con una viveza y una autenticidad excepcionales. Gracias al uso de una primera persona flexible que es una primera en tono y cercanía y descripción de un mundo interior y una tercera cuando describe lo exterior de una manera detallista y altamente hermosa y armónica, la novela fluye como un río sin recodos ni saltos abruptos, tiene tanta luz y tantas frases y párrafos y páginas memorables que casi abruma, ya que parece imposible que alguien posea tan alta capacidad creativa, plasmativa, tanta sensibilidad hecha palabras. El poeta que fue Updike vibra en plenitud, acerca su mirada a las cosas y las alumbra con palabras inigualables, con sencillez maestra, como el que está poseído por un espíritu de abierto amor casi por todo lo que ve. El excelente narrador que fue Updike no permite que la novela se aparte nunca de la claridad expositiva y derive en una amasijo de forma, por lo que siempre es una novela, una historia que tiene varias escenas que conmueven hasta lo más profundo, otras que invitan a la sonrisa relajante, otras que enlazan con vigor lo único con lo muy conocido, lo cotidiano con el misterio de la existencia y la posibilidad de que, pese a todo, haya un creador universal por el que todo pasa y del que todo surge. 
   Cuando tantos libros se escriben con la quebradiza finalidad de la trama guionizable, cuando tan pocos libros son capaces de afrontar los retos primordiales, las cuestiones esenciales y nunca pasadas de moda, porque la vida y nuestra vida no dejan de ser sino gritos sin respuesta hacia el silencio de lo más alto o lo más bajo, volver a John Updike es como salir del fondo de unas agua purificadoras que limpian la conciencia y la mirada e invitan a no dejar de correr, como Conejo, a no conformarse, a no dejar de cuestionarse todo lo que se ve y se siente. Ahora que tenemos aparentemente toda la información al alcance, limpiarse de las manchas de suficiencia o de terror sin nombre ante lo que se vive y se padece es algo muy recomendable, y libros como Corre, Conejo son una inmejorable ayuda, pues no me parece que haya envejecido -las cuitas por las que pasa el protagonista son las de cualquiera que no está atado, reducido, encarcelado ante lo evidente y por lo evidente- ni que se haya enrocado en sus logros verbales -algunas obras maestras quedan reducidas a la piel brillante de lo únicamente literario-, en sus logros puramente intuitivos -certezas de una sola valía, unívocos aciertos que nacen y viven por sí y solo para sí-, sino que sigue siendo un texto punzante, con aristas y con un efecto llamada casi inagotable, como prueban las continuas reediciones y la lectura ininterrumpida desde que se publicó en 1960, la variedad de interpretaciones de lectores y críticos. No es Corre, conejo, el producto de una época tan solo, no es una crónica tan solo, papel muerto dedicado a un tiempo fijado y muerto, que merece un acercamiento nostálgico o de desapasionado degustador de algo histórico, pues su base indagadora, sus caminos abiertos y nunca cerrados, sin alambradas y sin muros, empujan a la carrera y a acompañar a Conejo mientras aprende y descubre y no acaba de saber ni de entender para colocar luego lo sabido y lo comprendido en un estate, como una foto, o en una pared, como un cuadro inmóvil y desfondado. Corre, Conejo es un libro inmortal con un personaje inmortal que no ha parado de correr y que nunca parará, para satisfacción de todo aquel que se sume a su carrera suelta, lilberadora, sostenida, emprendedora, inagotable y radiante.