Jack London: Kulau, el leproso

 


   Una tristeza atemporal, insondable preside la atmósfera de algunos relatos de Jack London, una tristeza que en primer lugar no plantea una explicación más allá de lo que supone dentro de los propios cuentos, que hablan de gentes que llegan al final de su vida, que entienden que están en el final de una manera de vivir, que están cruzando un tiempo sin futuro por delante. En Kulau, el leproso, esa tristeza como un pozo negro y terrible al que van a caer inútilmente los lamentos de un grupo de leprosos que, por culpa del hombre blanco, han enfermado y huido de su lado, es una tristeza en forma de muñones, de brazos retorcidos, de ojos que son huecos vacíos: una tristeza final, ingobernable, que aspira solo a no ser más dolorosa. Pero el hombre blanco y colonizador busca al jefe de estos insumisos, que no están dispuestos a perderlo todo y además a ser obligados trabajadores de quien todo se lo ha arrebatado, y manda a sus policías y a sus soldados detrás de Kulau y no ceja en buscarlo y abatirlo, porque hay mil dólares de recompensa por su cabeza, una cantidad de dinero que jamás ha tenido Kulau, que jamás podría ni tan siquiera haber soñado con poseer. Y no desiste el hombre blanco, y bombardea la zona al aire libre donde se han refugiado, cerca de cuevas, Kulau y los que le siguen. No le importa al hombre blanco matar a inocentes con tal de apresar a Kulau, que no quiere ser un esclavo, un desposeído, que aspira a ser libre y vivir libre y depender de sí mismo y no de la miseria que le dará el hombre blanco, de la limosna del hombre blanco, que trajo la enfermedad que lo convierte poco a poco en un ser inútil hasta para sobrevivir por sí solo. Y Kulau lucha, se enfrenta, resiste. Aun sabiendo que únicamente gana tiempo, que no vencerá, Kulau no se doblega. Y el mensaje de Jack London es evidente al ponerse del lado del débil y del desposeído, del masacrado por la civilización blanca arrolladora que trae ansias de dominio y enfermedades mortales. Es el mensaje de quien escribe desde la tristeza pero sin agachar la cabeza jamás, el mensaje de un autor al que no puede reducirse a la condición de creador de relatos de aventura (o de supervivencia), del que no puede obviarse su absoluta vigencia crítica y su entrañable, comprometida defensa del oprimido y del indefenso: cómo irían las cosas si hubiera más escritores como Jack London, socialista revolucionario, aquí y ahora es algo que no puedo dejar de preguntarme y de lamentar con tristeza.