Este excelente relato me parece que es un perfecto ejemplo de la maestría del Jack London cuentista. Plantea una situación moral que ha de resolverse en algún sentido: un hombre puritano descubre que tiene un hermano dedicado a vivir la vida, a disfrutar intensamente de la vida, justo lo contrario de lo que él predica y que le molesta soberanamente. Antes ya ha perseguido a este hombre con su alto poder económico y ha intentado apartarlo de su vista y de la de todos sus vecinos. Cuando se entera de que son hermanos de padre, siente que ha de reparar el destrozo que esto le ocasiona a su asentada visión de la existencia y de su peso en el mundo social del que forma parte como un hombre destacado. Y, por supuesto, habla con su medio hermano para hacerle una proposición.
La prosa de London atiende muy bien al adjetivo inusual y a la imagen plasmadora de ambientes en pocos trazos y efectivos colores. Es la de quien está en la madurez creativa, la de quien se maneja a gusto con un seguro bagaje y una ideología firmes, que impregnan la historia sin ensombrecerla jamás con tintes de prédica ni con dislates egocéntricos. Hay una delicadeza visible en el trazo del personaje principal y en la escritura acomodada a los párrafos armónicos y nunca simplemente funcionales. Se convoca al lector y se le muestran acciones que no pueden adelgazarse en juicios clasificatorios inmediatos, ya que sería una gran equivocación acudir a la adscripción naturalista o darwinista para viajar al trasfondo e incluso al mensaje del relato. Más allá de lo en apariencia evidentemente clasificable, Jack London camina por un territorio en el que se perciben la crítica soterrada y la icebérgica ironía desdramatizadora, recursos que junto a otros definen a un autor único, libre e inmortal.
(El relato pertenece al volumen La casa del orgullo, editado por Alba y traducido por Alejandro Palomas)