Ramón J. Sender: El lugar de un hombre

 


   El lugar de un hombre es aquel que lo espera, que lo aguarda paciente a que sepa ver o a que las circunstancias se acomoden para acogerlo plácidamente. Puede que sea tras una enfermedad, tras un accidente, quizá tras una huida. Eso es lo que ocurre en el lugar que ha acogerá a Sabino, que un día desaparece del pueblo y no vuelve hasta que una partida de cazadores lo encuentra cubierto de pelo, medio desnudo y asilvestrado en un páramo dificultoso hasta para la supervivencia de las culebras. Entretanto, dos hombres han sido acusados de haberle dado muerte y han pasado muchos años en la cárcel. ¿Por qué te fuiste, Sabino? Porque me dio un barrunto. 
   Sender es uno de los más grandes novelistas de la lengua española. Ya hace mucho dijo el gran Rafael Conte, el mejor crítico literario que ha habido en nuestro país, que los tres grandes narradores del siglo XX eran Galdós, Baroja y Sender. El lugar de un hombre es una de las novelas esenciales del escritor nacido en Chalamera de Cinca en 1902. Con una material propio del reportaje periodístico -también del telefilm blando del mediodía-, Sender monta una novela arrebatadora que empuja a la empatía y que no señala nunca con gruesos caracteres quiénes son los buenos y quiénes los malos (exceptuando a los torturadores), ni subraya con letras grandes el mensaje: propuesta de novela abierta, no unívoca, que tanto se echa en falta en la actualidad, sea porque los escritores no confían en sus lectores, sea porque los que editan buscan productos muy acabados y muy bien empaquetados, sea porque apenas hay quien se atreva con lo que no es evidente y fácilmente digerible.
   El punto de vista cambia constantemente, con lo que se nos permite ver de cerca qué hace y qué motiva a cada personaje del drama; la viveza con que se muestra a las gentes y los espacios pueblerinos del año 1925 no están acompañados de sobreinformación ni de detalles exhibicionistas; la prosa es puramente narrativa y no se engancha jamás en los árboles del camino, lo que no obsta para que se encuentren bellas adjetivaciones y frases que invitan a una meditación en marcha; la estructura incluye el regreso a lo ocurrido sin desencajar la visión de lo que pasa en el momento presente, cuando arranca la acción; el conocimiento directo y cierto de lo que se cuenta disipa la intuición volátil y la caracterización antojadiza, gracias a la buena observación y la limpieza de miras: un conjunto de artes creativas de primer orden al que hay que añadir varios elementos que se dan en Sender y en pocos autores más: la valentía de la denuncia inaplazable, el compromiso con la verdad efectiva, batalladora, ajena a todo sometimiento y concesión por mor de no disgustar y no afear.
   Sender, anarquista de obra universal e inagotable, no utilizaba la literatura para mostrar sus ideas: sus ideas eran literatura. Casi una isla, uno de los pocos escritores indomeñables y contestatarios, no sólo críticos, un utópico infaltable en tiempos de mentira y de verdad única al que volver (o descubrir) para sentir que el optimismo y el afán de ver y cambiar después de saber qué ha de cambiarse no es una tarea vana, sino gozosa y ya en marcha desde el momento en que el lector asiente, sonríe y se sabe menos solo.