Rafael Chirbes: Crematorio




   Recorre esta novela algo terrible e inasible, un aliento de muerte y corrupción, de lo que no ha sido y de lo que fue y ya no sirve para nada,  a no ser para provocar repugnancia y lástima: la vida falseada, la vida mentida, la vida escapada. Cuesta acabar de leer Crematorio, no puedo dejar de decirlo aquí. Es una novela en la que el autor ha vertido un gran dolor, una gran desesperación, una enorme desilusión por lo que ve y entiende que es la España de aquí y de ahora,  por lo que se ve cuando la muerte está cerca y nada hay para consolar al que va a desaparecer irremediablemente. Es esta la novela de un gran vacío, de un hueco insondable en el pecho de unos seres, acaso de una generación, que han malgastado sus fuerzas para acabar descubriendo que todos mienten, que el dinero es la única verdad palpable y canalla que nos mueve y nos condiciona y nos educa y, finalmente, nos destruye y nos olvida. Cuando las almas se queman -pongamos que existen las almas, aunque solo sea en esta frase- no dejan atrás ya ni cenizas, nos dice esta furibunda novela, y lo que esparcimos al viento ni al propio viento lo molesta, no conseguimos ni siquiera que le haga cosquillas en la nariz. 
   Chirbes explora las almas -pongamos que existen las almas, aunque solo sea en este párrafo- de un constructor y arquitecto que se ha entregado a la prevalencia de los goces y se ha olvidado de sus deseos de juventud y todo lo justifica recurriendo a lo que le queda: el goce de lo material; de un escritor que ya es solo una piltrafa y que no ha logrado ser, en su depauperada vejez, digna palabra al lado de las celebradas palabras que escribió para sus libros; de su biógrafo, profesor y crítico que lo soporta y lo detesta, que cada vez comprende menos y menos quiere comprender cuanto ve y siente; de una hija que detesta al padre que destruye el paisaje y los sentimientos para quedarse tan solo con el fruto de cambio del dinero, dinero, asqueroso dinero que no sabe de almas ni del consuelo profundo de las almas. Y explora desde dentro, sin dejar zonas sin auscultar, recoveco alguno, con una luz que horada, que hace sangrar el interior de cada personaje. Como digo, cuesta acabar de leer el libro, cuesta adentrarse más, cuesta encajar y cuesta ver a tanto ser expuesto como a criaturas de un Goya inmisericorde. No hay héroes en Crematorio, no hay héroes en nuestra actual sociedad, solo supervivientes que se miran a un espejo con una cuchilla de afeitar entre los dientes, con una mueca salvaje dirigida contra sí mismos. 
   Sería mejor esta novela terrible -prefiero la última del mismo autor, esa En la orilla de la que ya he hablado en este mismo blog- si Chirbes hubiera acotado un poco el despliegue culturalista de que hace gala en los monólogos y las conversaciones de los personajes de este granítico libro. Se le ha escapado una identificación excesiva con ellos, los ha dotado de demasiado mundo propio reflejado y eso, sobre todo en la última parte de la novela, resulta pesado, demasiado libresco para una novela de corte realista, a la que asomarse más con el espíritu- pongamos que existe el espíritu, aunque solo sea en este párrafo- que con la boca, el oído y las manos. Sí, Chirbes apela al materialismo, concluye que nos asesina el materialismo, pero a la vez quiere equilibrar con una belleza y muchas referencias cultas que apartan a sus personajes de otras verdades más humanas y diría que más simples, más sencillas que son las que los habrían definido mejor, más poderosamente, más individualizadamente. Pero cada escritor opta por una perspectiva y cree en sus estrategias o se deja llevar por sus demonios, y eso le ha valido a Chirbes legarnos esta novela iracunda, auténtica, amarga y de una pieza, todo lo contrario a la mentira de tanta fabulación sin verdad y sin coraje que corre suelta y temporalmente triunfante por ahí.