Alice Munro: Demasiada felicidad

  

  Es este un libro más que notable, quizá no del todo equilibrado en la elección de los relatos que lo integran; aunque no tengo ninguna duda de que prácticamente todos son merecedores de amplios elogios. Los libros de relatos difícilmente alcanzan un punto estable de acierto y calidad, algo que suele alejar de ellos a muchos lectores. Cuando se insiste tanto en que se prefieren equivocada o exageradamente las novelas, se pasa por alto este aspecto. No solo se buscan historias más largas y seguir las peripecias de unos personajes. Tampoco es porque cueste mucho cambiar la mirada, adaptarla a otro tono o a otras voces. Es normal que en los libros de relatos haya grandes caídas, dramáticos desajustes que, querámoslo o no, alejan a los lectores. También es cierto que a los relatos se les perdonan menos los errores y que se prestan al simple acierto casual y luego no continuado o no bien desarrollado. 
   Alice Munro es autora de libros de relatos y de una sola novela. Sus relatos son de mediana -e incluso larga- extensión y caben en ellos historias que en manos de otros devendrían novelas, seguramente. Pueden pasar meses y años, ocurrir muchas cosas, aparecer y desaparecer un buen número de personajes. Como en las novelas. De ahí que algunos hayan dicho que Munro escribe relatos que son como novelas, promoviendo separaciones y disquisiciones que a la postre se presentan casi siempre débilmente argumentadas o demasiado subjetivamente argumentadas. Munro posee un gran talento, una voz propia y un estilo sencillo y claro. Centrémonos en esto. 
   Ante todo, cabe decir que Munro es una escritora realista. Parece que suena mal, y pocos nos lo han recordado después de que la autora canadiense obtuviera el más preciado galardón de las letras el pasado mes de octubre. Es, diría yo, inconfundiblemente realista, a la antigua usanza, portadora de una llama que no puede dañar la mirada de ningún lector de mi edad, que conozca a Hemingway, Aldecoa o Dostoievski -y tampoco a ningún otro que no se conforme con la épica y la fantasía-. Con el maestro ruso comparte una definición más exacta: realismo psicológico. Pues a Munro le gusta saber qué hacen sus personajes, qué los motiva, que sienten ante cuanto viven, rechazan y aman. Munro está muy cerca de sus personajes y promueve la empatía, como ocurre en el último cuento del libro, que tiene a una persona real por protagonista, la matemática rusa Sofia Kovalevski. 
   Decía que el libro no está equilibrado porque este último relato nada tiene que ver con los anteriores, rompe una dinámica y parece pertenecer a otro libro. No solo porque su desarrollo tenga como paisaje y fuerte presencia los años y algunas ciudades del siglo XIX, sino porque escapa a la poética de casi todos los anteriores -hay uno que tampoco cuadra demasiado, pero no tanto-, en los que el pasado y algún hecho ominoso, inolvidable o incluso luctuoso han marcado la vida de los protagonistas y cuelgan imborrables en el recuerdo de los personajes, como cuadros inmensos en una galería viva y personal. Señaló muy acertadamente mi amigo Juan Herrezuelo que el pasado actúa como una losa a veces, como una condena o un pozo sin fondo en el alma de estos personajes, al modo de mi admirado Ross Macdonald, maestro de la novela negra y también canadiense. Y en todos los relatos menos en dos es decisivo, es el motor o la barrena, el catalizador o la trampa. El pasado es la vida y lo muerto, lo que alumbra y lo que ciega en los relatos de Demasiada felicidad. Asimismo, hay aquí más de un homicidio, más de una muerte violenta, y no se acerca Munro a los territorios más difíciles de explorar -los de la violencia y la muerte no natural de los seres queridos- de manera pacata ni blanda, no rehúye lo duro y no les resta importancia a los diálogos directos, en los que se habla de los motivos para matar, sino que los enfrenta con una naturalidad desarmante, enriquecedora, fascinante, iluminadora. Y quiero hacer hincapié en este aspecto porque también hay quien se ha esforzado ya por crear una imagen descafeinada de Munro, hay quien ha querido encasillarla en el grupo de las escritoras que escriben solo para mujeres, para lectores de mesa camilla y libro en la tarde del domingo o para lectores anodinamente pulcros. Nada de eso. Munro no es una escritora trasnochada, sino un clásico de las letras universales, adictiva y sincera y muy fiel a sus ideas y a su realidad cercana, una realidad actual, reconocible, a la que muy pocos autores se aproximan con oficio y ojos limpios, con vocación de desentrañar y de explicar sin moralinas y sin exhibicionismo. 
   El primer relato del libro, Dimensiones, me parece una obra maestra de la literatura actual. También Pozos profundos. Y no lo es menos Juego de niños. Así que son tres en un solo libro. Sí, lean a Munro, lean a Munro. No pierdan más el tiempo y busquen ya uno de sus libros.