"Primera memoria", de Ana María Matute

Ganas tiene uno de escribir, tras leer este grandioso libro: esto es la verdadera literatura. Porque Primera memoria es uno de esos libros que están hechos con palabras y con magia, la magia de quien atina a decirlo todo y todo bien, sin excesos y sin que falte nada, merced a una especie de trance que toca pocas veces y en pocas épocas a algunos escritores, afortunados escritores. Hay mucho más que talento en esta novela, hay mucho más que oficio, mucho más que intuición y mucho más que verdad a grandes puñados. No lee uno con ganas de devorar el libro, de pasar apresurado las páginas, sino temiendo que se acaben, que las sensaciones que tan bien transmite con las palabras Ana María Matute cesen y lo dejen como al descubierto, en un claro de un camino por el que ha andado sin darse cuenta, sin saber hasta dónde ha avanzado.
La verdadera literatura porque hechiza y fascina, porque hace dudar de que la luz fuera de las páginas del libro sea real, que el mundo real exista de verdad. Pocas veces en nuestra lengua alguien supo describir tan bien los estados de ánimo de un personaje, entroncarlos tan sabiamente con el paisaje que lo envuelve, lo atrae o lo repele. La historia de una niña que empieza a ser adolescente está aquí contada para ser escuchada y seguida con los ojos cerrados, como al borde de un río, el río de las palabras de Ana María Matute: la guerra civil se desarrolla lejos de donde viven los personajes de la novela pero deja muertos barranco abajo, encanalla y enemista, aísla y rompe: la muchacha lo ve, lo siente y se involucra cuando decide hacerse amiga de un despreciado, un humillado y ofendido joven que es hijo de un señor con dinero pero prefiere permanecer junto a su familia no del todo cierta porque lo necesitan para sobrevivir. Surge algo parecido al amor y estallan los celos del primo de la chica, que no acepta que una del bando de los vencedores ame a uno del bando de los que serán perdedores. Matute no escribe como podéis esperar, con una prosa clara y útil y rápida y con muchas imágenes que promueven la pena y el desconsuelo y la comprensión posterior, sino llenando el texto de deslumbramiento, de sorpresas, como de verdad ve una chica de catorce años, como siente, como es. Pero no hurta el dolor, no falsea dejándolo todo de color pálido fuego, sino que añade amargura, desengaño, crueldad, porque en las edades primeras también se padece, también agobia la soledad, también se cometen actos duros y de consecuencias definitivas.
Supongo que la novela, este género de historias y de estilo, necesita novelas y novelistas como Ana María Matute para seguir viva. La lectura de libros como Primera memoria invitan a una sugestión de gozo y fe en el hombre que pocas artes pueden ofrecer tan puro y tan cabal.


(Éste es el libro que he estado leyendo a los pies de la cama que ocupa mi hermano en el hospital. Releyendo, más bien, pues fue el primero de mi admirada Ana María Matute en el que me sumergí, hace muchos años.)