Decir adiós

Y después la vida se reduce a un fragmento de luz y de sueños, a un ir alejándose despacio diciendo adiós con una mano alzada que quizá nadie ve. Te marchas con los ojos cerrados y la voz lenta, herida, quebrada por un esfuerzo que quizá ha sido baldío.
Es lo que se me ocurre pensar cuando el diagnóstico es tan malo, cuando han puesto un plazo de vida que será corto, que será un hueco pequeño en un muro que se cierra rápido. Gracias, amigos, por haber venido a dejar vuestros mensajes, que tanto me han servido, que rompen la angustia, que alejan un poco de la soledad que te cae encima cuando sabes que no hay remedio.
El tiempo puede ser un enemigo. Saber que te queda poco tiempo puede ser cruel. Pero quiero pensar que mi hermano valorará cada día, me enseñará con su paciencia y su aceptación serena (cree mucho en Dios, besa un crucifijo que sus ojos no pueden ver, que no necesitan ver para creer) algo que aún no sé y que me hará recordarlo siempre con nostalgia y con agradecimiento. Es el hermano con el que más tiempo he compartido, el más cercano en edad y con el que más he reído y he sido feliz. Ayer me dijo una mujer que lo quiso bien: No sé por quien lo lamento más. Cuando le dije que me quedaría sin este hermano, me dijo que no sabía si lo lamentaba mas por él o por mí. Que yo me quedase sin mi hermano...
A veces se llora porque llorar es el sentimiento más puro, el más real, el único real.