Sigo en el hospital, al lado de mi hermano, recién operado, con gasas blancas en la cabeza y los ojos afectados tras salir del quirófano: no ve. Coincide en el tiempo esta situación suya, tan difícil de remontar, con la llegada de las pruebas de "Almería 66", el libro que escribí hace dos años y que saldrá en breve. Corregir un libro sentado junto a un hermano enfermo, gravemente enfermo, te hace pensar en qué es esto de la literatura, para qué sirve, a quién le importa. Supongo que podría dejar de escribir libros, volver a fotografiar, mirar por una ventana cuando los agobios de la vida cotidiana hacen presa en mi pecho, esperar el beso de mi compañera cuando nos vemos, cuando volvemos a vernos. Podría vivir sin escribir, pero no podría vivir sin leer. ¿Quiere eso decir que escribo porque leo? Puede ser. Y también porque hay que contar historias: la de mi hermano, sin ir más lejos. Sería una manera de tenerlo vivo mientras yo siga vivo, le pase a él lo que le pase en este hospital en el que parece que los dos estamos presos y sin fecha de salida: mirar a la calle por una ventana parece como un intento de fuga vano, pues nos faltan alas, nos falta algo que hemos extraviado o perdido. ¿Será eso la vida? Un ir buscando algo perdido o extraviado en la niñez. Sí: explicaría muchísimo de lo que mi hermano es, de lo que ha sido, de lo que espero que pueda seguir siendo. Seguir escribiendo libros es entonces una manera de estar cerca de los que quieres y de saber más de ellos. Una buena razón.