El alma del maltratador

Conozco a uno, he escrito sobre otro. El primero ha maltratado a su mujer durante años, mediante imposiciones psicológicas, reduciendo el mundo de ella a la nada soberbia que era el de él, a las costumbres de él. No le permitía ni siquiera tomarse un café con otro hombre. La controlaba con la voz y con su presencia hostigadora, que recubría de paternalismo y amor marital. Pero todo era falso. Nunca la quiso, sólo la mantuvo a su lado mientras ella hizo lo que él quería y se doblegó (durante años). No le pegó nunca, pero la asustó con frases, la vejó con órdenes y con desconfianza ciega. El segundo golpeó a su mujer sólo una vez, se cebó con ella dándole una paliza tremenda y descargó su saña empujando, asustando, coceando: son personas, pero actúan como animales.
Cuando uno se encuentra, en algunos escritos, retratos de maltratadores, sean artículos o ficción, siempre le queda la sensación de que falta el retrato del alma del maltratador. O se insiste en la maldad o se mira con una frialdad descorazonadora. Pero nunca se llega a saber cómo es el alma del tipo que se aprovecha de su fuerza y de años de dominación masculina para aplastar a un ser que ha confiado en él y en sus sentimientos. La indagación ha de ser dolorosa, pero el que da un paso y se adentra en la mente de quien ocasiona un mal premeditado ayuda con su acción a comprender y a empezar a combatir ese mal. Leyendo a Dostoievski, uno tiene la sensación de que el maestro ruso nos dejó algunas claves con sus valientes novelas en las que da la voz no solo al bueno y al justiciero, sino también al que ocasiona los problemas, al que los plantea y los ejecuta. Echo de menos esa inmersión en las novelas negras recientes que triunfan, pues muestran desde fuera, no arriesgan, se centran demasiado en contar desde la perspectiva del investigador y les falta la indagación psicológica decidida y audaz que consiga algún develamiento útil.
Por mi parte, he visto que el maltratador acuna su alma por las noches, no la muestra, se cree siempre en peligro si no domina la situación, busca siempre un cómplice que le descargue de la responsabilidad y de la culpa inmediatas, se empeña en aislar aunque tenga que aislarse para dar ejemplo, manipula con la frialdad del psicópata, miente diciéndose que la verdad es sólo aquello que le resulta útil y le permite seguir adelante. El maltratador engatusa, envenena el alma de quien lo ama, encandila y atonta, golpea con las frases certera y cruelmente, haciendo equilibrios a los que está muy habituado para no excederse, para no que no se le desmonte su juego calculado y demoledor. Después de tenerle cerca, de encararlo, el alma del maltratador me parece la de un cobarde que se ampara en los miedos ajenos, que los maneja a su antojo; me parece que es la de un egocéntrico profundo que concede ciertos privilegios sin dejar nunca de sentirse soberano absoluto de cuanto ve y hace y deja hacer. El alma del maltratador es la de un vampiro, la de una clase de ser que se cree imbatible e indestructible y a ratos se congratula creyéndose algo más que una persona. Pero el alma del maltratador es vencida cuando la víctima no se queda sola, cuando no se la ha dejado sin la posibilidad del relato: y en sus frases y en sus ojos y en su voz saldrá entera y viva el alma del maltratador y serán desbaratadas las insidias, los engaños, las trampas. El alma del maltratador es derrotada por el relato de lo sufrido, por el oído cómplice, por la ayuda paciente y la confianza segura. El alma del maltratador es vencida por la palabra.


Lectura recomendada: En el blog de José Romero, el relato "El ascenso"

Foto: Juan Manuel Castro Prieto