Pocas veces puede uno afirmar,
con tanta seguridad, que estamos ante un libro para todos, para cualquier
lector, para todos los lectores. La versión en prosa narrativa de Eneida,
de Virgilio, es uno de los dos o tres mejores libros que he leído. La calidad
de su escritura es tan alta que cualquier estudio, reseña o crítica, por
extensa que fuera, se quedaría corta alabando todo cuanto en este libro hay de
magnífico e incomparable. A mí me gusta enormemente la adjetivación de
Virgilio, tan rica, variada, deslumbrante, original, preclara, certera,
caracterizadora. Me gusta que a la escritura le confiara el autor su amor por
la palabra que cuenta, la palabra que describe, la palabra que define y la
palabra que crea. No hay una sola página de Eneida que no contenga una
unión de adjetivo y sustantivo iluminadora, inspiradora, magistral y única. ¡Y
estamos hablando de un libro escrito en el 79 a.C.! Cuando después han venido
algunos autores a decirnos que la narrativa no precisa de adjetivos, o que es
mejor siempre una poda tras el primer borrador, creo que han reconocido sus
limitaciones y han querido cargarnos a los demás autores con ellas. Escribid
con adjetivos, escribid con frases de largo período, escribid con extensas
comparaciones, con todas las figuras literarias que tengáis a mano, nos dijo
Virgilio, y demostró que podía hacerse en un relato épico, con toda una larga parte
dedicada a la guerra, a los enfrentamientos a espada y arco y lanza, con
frecuentes bajas en los ejércitos y con agudos parlamentos en los que los
contendientes se expresan con ira y con rabia infinitas. Si estuviéramos ante
un relato bucólico, la belleza textual habría resultado más fácil, más cercana,
pero no es el caso, y Virgilio no para nunca de llevar a sus personajes a la
acción, no los entretiene con divagaciones, no los aleja de la aventura y el riesgo
jamás, con lo que el mérito es aún mayor, infinitamente mayor.
Me gusta también especialmente cómo hace Virgilio aparecer a los dioses,
como los inmiscuye, cómo los compromete y los encarna en personas cercanas a
los personajes principales. Aunque en otros relatos esto me resulta de poca
categoría y me parece que despide un tufillo a recurso ramplón y falsamente
prestigiador, en Eneida es todo lo contrario: el aroma a fantástico es
genuino, los dioses están ahí cumpliendo un papel esencial y son protagonistas
también, no fichas que se saca de un bolsillo oculto un mago ordinario. Dotan
al relato de una profundidad inesperada, que va más allá de lo épico y lo lleva
inesperadamente al terreno de lo trascendente. Sin los dioses, el guerrear
sería un simple enconamiento de los hombres, nos faltaría perspectiva a los
lectores. Y no habría un recorrido por los espacios que habitan los muertos que
simplemente encoge el ánimo, conturba, quizá hasta pueda hacer brotar alguna
lágrima sincera de quien lee y enfrenta y recuerda. Son las páginas dedicadas
al encuentro de Eneas con muertos conocidos parte de lo mejor que la literatura
ha dado, lo considero en verdad arte inmortal, cumbre absoluta.
Eneida es una obra en la que se cuenta el origen de Roma, el viaje
de Eneas derrotado fuera de su tierra a otra que lo acoja y le permita fundar
una nueva ciudad, un nuevo mundo. No creo que para los escritores haya más de
dos o tres obras como esta en toda la historia de la literatura, tan proteicas
e inagotables, tan perfectas para la relectura diaria. Y no creo que para
cualquier otro lector haya más de dos o tres obras como esta en toda la
historia de la literatura que, a pesar de que pueda resultar de laboriosa y
lenta lectura, permita saber más del espíritu humano de forma tan sagaz y del
horizonte de la vida de forma tan vibrante. Por eso, ya digo, la recomiendo sin
dudar a todo aquel que aún no la haya leído.