Para que la emoción no decline hay que perseguir a las palabras,
seguirlas firme y atento como a una luz que corre delante de nosotros, imbuirse
de ella e iluminar sin parar, sin parar, como hace Eloy Tizón en Merecía ser
domingo, relato en el que las palabras son emociones que no pueden detenerse,
que corren detrás de otras emociones que acaban de crearse y no se contraen, no
se niegan ni se encogen gracias al buen uso del surrealismo que en estas seguras
manos es una sucesión nunca atribulada ni atrabiliaria de sucesos nada
corrientes que no encierran enigmas sin solución ni se encastillan en el reino
de lo arcano y lo superfluo incomprensible, sino que muy al contrario convocan
a un reto que es abrir cajas de imágenes que debajo tienen más imágenes
congruentes y aliñadas por una escritura nunca férrea, muy libre, muy atenta al
ritmo de fondo y al ritmo del cambio, el que se precisa para no consumirse en
la palabra única y punto ni en la frase bien ordenada y punto y se asoma al corto
río que trae consigo más sentido y más profundidad y más juego en el alargamiento
preciso y con fundamento que recuerda mucho al magisterio del mejor Francisco
Umbral, que amaba las palabras, que se divertía con ellas y nos lo transmitía,
que las llevaba aquí y allá como a figuritas que cobran mayor valor así juntas
o mínimamente alejadas, bajo esta luz o en ese escorzo, porque las palabras son
la música definitiva, lo que más nos hace sentir y ser y sin duda saben mejor
decir, como muy bien expresa Eloy Tizón, que nos deja logros tan maravillosos
en el presente texto como este que anoto como colofón: Estábamos atrapados en
una jaula en la que los árboles eran los barrotes.