Javier Marías: Así empieza lo malo

   


   Quizá sea esta la más benetiana de las novelas de Javier Marías. Y es sin duda una de las mejores. Porque tiene un final que la eleva y la dota de una consistencia basada en la rememoración -¿qué son las mejores novelas sino rememoraciones de personajes, de voces heridas por un pasado nunca cerrado del todo?- absolutamente magistral. Marías, consciente de que los argumentos no son ya la clave de las novelas -sí lo son de las series de televisión, donde hay buenos novelistas que crean en varias temporadas notables novelas-, desde hace tiempo insiste en utilizar un limitado número de elementos para forjar unas meditaciones y unas imágenes inolvidables que sin alejarse nunca del mundo narrativo lo llevan un paso más allá y lo acercan muy bien al lugar que demanda la novela para no ser elemento un meramente subsidiario. Claro que importa lo que se cuenta, pero sobre todo importa quién y desde dónde lo cuenta, con qué sensaciones asentadas o aún vigorosas en su furia y atribulamiento. 
   Los secretos, nada nuevo en la novelística de Marías, son la base de la historia, lo que desasosiega y marca, lo que atrapa o hiela a quien no puede retenerlos al fondo de la mente, dominados con correa o cadenas, y los ve desfilar ante sus ojos que son los mismos de cuando se descubrieron pero están en un cuerpo más viejo y más sufrido y más gozado. Los secretos y sus ligazones, sus afilados hielos o candentes hierros que vuelven en cualquier momento, al pillar con la guardia baja, al confiarse, al rememorar en el momento y en el lugar equivocados. Secretos que lo romperían todo, que habrían dado al traste con todo, que habrían hecho de una persona otra muy diferente, ya fuera por saberlos o porque alguien se los contó y optó por callarlos. Hay muchos secretos y muchas maneras de enfrentarlos, de eludirlos, de tenerlos bajo control. Javier Marías crea altísima literatura con los secretos y nos conmina a pensar en los nuestros con sabias páginas en las que a veces pasa muy poco porque acaso no sabemos ver o calcular el peso de enterarnos de qué es la vida de los otros. Sin penas remarcadas, sin recargas emocionales de baja estofa, sin adulteraciones disquisitivas, sin abandonar nunca un hilo, un camino propio que progresa con verdor propio y con horizonte libre, Marías, fiel a sí mismo y a una voz y a un encadenado de hechos no lineales con el ritmo que solo escucha un oído y acierta a transmitir sin prisa pero sin pausa, escribe como apenas nadie hoy en día: sabiéndose poderoso pero sin sacar pecho de vencedor, auscultando las zonas más literaturizables, esforzándose por hacer crónica de lo que nunca es reductible a una sola cosa, a una sola definición, a un solo perfil.
   Tu rostro mañana es una de las mejores novelas del siglo y de nuestra literatura. No voy a comparar Así empieza lo malo con lo mejor que ha escrito Javier Marías. La crítica no debe ser una apuesta continua, una descalificación continua, un echar piezas en un lado de la balanza para recordar que hay algo al otro lado. Sí diré que, como aquella, esta es una novela imprescindible y mayor de nuestras letras y una alegría para los que aún confiamos en que la literatura ha superado el reto de la narrativa fílmica y, volviendo sobre grandes maestros del pasado y ahondando en temas y teniendo muy presente lo que ahora nos ocurre, mantiene toda la fuerza y todo el vigor y toda la potencia creativa que se le pide a un arte mayor.