Juan Marsé : Encerrados con un solo juguete

  


  Si alguien publicara hoy esta novela, causaría asombro su ambición, su conseguido mundo de frustraciones y recelos, la sabiduría de un pulso narrativo que nunca se equivoca ni despeña ni desperdicia su talento con malabarismo vanos. Se leería esta notable novela con asombro y se diría que hay detrás un novelista cuajado, dueño de un mundo propio, desesperanzado, sombrío y sin duda cierto, pues no cabe ninguna duda de que Encerrados con un solo juguete es una novela realista, espejo de una época y de un tiempo vivido con temor y angustia, con incertidumbre y ahogados impulsos de salir adelante: la posguerra española. 
   No importa que Juan Marsé aún fuera muy joven cuando escribió y publicó esta admirable novela: cuenta el resultado, y este es muy destacable, entonces y ahora, sobre todo ahora, en estos momentos en los que muchos escritores tienen miedo de ser atrevidos y no se deciden a defender un mundo propio, a indagar en él, a contar desde él. No es complaciente esta novela, no está escrita para paladares a los que solo los llaman las degustaciones divertidas, reconocibles, halagadoras. Marsé no la escribió para los que se acercan a leer novelas con desdén, con un solo ojo -el otro puesto en las pantallas, en las historias breves del cine y la televisión, tan machacaditas y desleídas-, con un pie en la calle para no entretenerse en exceso. No es esa la función de la gran literatura. Y Marsé la escribió, sí, sin miedo, pensando que hacía gran literatura. Y acertó.
   Hay dolor y hay imposibilidad de comunicar ese dolor en Encerrados con un solo juguete. Hay una sexualidad reprimida, naciente, pujante, y una sexualidad de vuelta, que se marchitas, que afloja, que cae como un trapo gastado de una mano vencida. No existen apenas vías de escape para los personajes que sufren y que están solos, muy solos, en esta historia dura y casi diría que comprobable, contrastable en su veracidad si les preguntamos a los más viejos de nuestra sociedad. Atosigados, engañados, aturdidos, corrompidos como una flor en un solar vacío, los jóvenes que la protagonizan no saben si huir o replegarse, no saben amar, no saben dejarse amar. Quemados por la pérdida, horadados por los escrúpulos inanes, los mayores no saben decir con tino cuáles fueron sus flaquezas, no saben contar bien cómo se desarrollaron sus días de fiesta y gozo, no saben amar desplegando su verdad y no saben cómo hacerse amar. Así, unos y otros se rozan pero no se juntan, conviven pero no se entienden, ven los espacios fracturados y los pozos que esquivan, pero no saben ir más allá. O no pueden. Son, por algo son los supervivientes y los primeros nacidos después de una guerra civil. 
   Ojalá algunos novelistas de hoy soñaran con ser atrevidos y ambiciosos, consiguieran, como Marsé, nombrar lo que nos incomoda, nos duele, nos encoge, nos impide de nuevo ser libres y alegremente comunicativos ahora y en este lugar.