Quentin Tarantino: Django desencadenado




   La primera hora de esta película es excelente. Cuando aparece Leonardo DiCaprio y la historia busca su final (largo final), Tarantino opta por el cliché y la parodia desatada y entre exceso de tiros y la caricatura permanente la película ya es solo un tebeo de segunda categoría y se aguanta porque el espectador se siente impulsado a la sonrisa y a saber cómo se le presentará el (previsible) desenlace. Tarantino es un clarísimo deudor de Sergio Leone, a quien le debe la planificación de las escenas de tensión (tan teatrales, por otro lado) y el espíritu iconoclasta,  pero no tiene el empaque existencial de este ni la gravedad necesaria cuando se enfrenta a los momentos decisivos de los personajes y de la trama (Agáchate, maldito es un buen ejemplo). Y el exceso de la escena de sangre y sangre, como siempre, no es más que tremendismo vano.