La niña, de Miguel Sanfeliu




El relato pertenece al libro Los pequeños placeres.
Aquí está lo mejor del escritor Miguel Sanfeliu: toda su sensibilidad hecha palabras y ficción bien pensada y excelentemente presentada por medio de un relato que habla del amor y de la crueldad, en la edad adulta y en la tierna edad de la infancia. El reencuentro de dos compañeros de clase que recuerdan a otros niños que con ellos estudiaron y, ante todo, a una niña de la que el narrador estaba secretamente enamorado, algo tan común y nimio en apariencia como material narrativo, le sirve a Sanfeliu para definir cómo el paso de los años no siempre cambia a todas las personas y cómo a algunos inevitablemente llega a destrozarlos. Son apenas cinco páginas y en la historia contada, tan creíble, tan de la vida cotidiana, hay una impecable elección en el narrador y el punto de vista y en la intercalación de los recuerdos mientras uno habla y el otro escucha: sabia sencillez de escritor maduro y sólido, con muchísimas tablas y muchas y muy aprendidas lecciones de grandes maestros del género. Un relato casi perfecto, digno de las mayores alabanzas.



Los perros negros es una novela que habla de la segunda guerra mundial, de la violencia y del miedo a la negrura que avanza con la destrucción y trae la muerte, y es también una novela de amor y una novela que nos acerca a la noción de compromiso con la sociedad, con el mundo, con nuestros semejantes. Probablemente es una de las novelas más destacables del siglo que hemos dejado atrás y del que podemos aprender mucho para no repetir nuestro errores.
Nos cuenta McEwan la historia de una pareja que participó en la segunda guerra mundial y que al cabo de los años se separó aunque nunca del todo, porque nunca dejaron de quererse el uno al otro. Fueron jóvenes una vez. Sus ideas les acercaron al comunismo, aunque ella lo abandonó para escrutar dentro de sí y para observar el mundo con ojos religiosos y él fue obteniendo reconocimiento, poder político en el bando de los laboristas ingleses, y se olvidó de que primero están los demás quizá, aunque nunca del todo. McEwan no olvida en ningún momento que tiene entre manos una novela de amor, de relaciones entre hombres y mujeres, y en las frases que se dedican el uno al otro directamente o por medio del narrador, que está casado con una hija de ambos, perviven los sentimientos.
También hay una lectura en clave metafórica para esta novela, pues los perros negros del título son los perros del mal que anidan en todos los seres humanos, que a veces duermen y a veces saltan y salen y se esfuerzan por destruir al propio hombre que los ha cobijado. McEwan acierta de pleno con la metáfora, pues está presentada mediante una ficción hecha con personajes y no sólo con ideas, no con sombras sino con escenas de gran calidad que se prestan a varias lecturas.
Hay en ella también en la novela dos escenas en las que los lectores se van a encontrar una acción y una violencia como pocas veces he visto tan bien contada y tan bien llevada hasta su culminación, tan necesaria en una novela para explicar o para iluminar aspectos de los personajes que la integran. Detesto la novelas trufadas de tiros y de acción puesta sólo para sumar más. En Los perros negros la violencia es aclaración, ineludible paso para desembocar en verdades que de otra manera no entenderíamos. Cuando el narrador sale de un restaurante a partirse la cara con otro hombre y cuando la suegra del narrador se enfrenta a los perros negros con una navaja, McEwan introduce escenas necesarias y desgarradoras que nos hablan de algo muy profundo, muy arraigado en el ser humano.
Creo que el enfoque de McEwan para su acercamiento literario a la realidad es absolutamente sobresaliente gracias a su férreo compromiso con la realidad de la que habla, a la que no manipula, no retuerce ni pervierte para que luzca bien o convincente en las páginas de la novela. Hay un trabajo previo, una depuración previa que pocas veces he visto tan acendrada, tan respetuosa. La novela es creíble enteramente por eso. Y no es poca cosa, pues cuando a ratos se habla tanto de para qué sirven las ficciones, creo que McEwan ya ha puesto una seria base, ha dejado una sólida opinión con esta obra mayor que es memoria, que tiene dentro a personajes que pasan a ser reales para el lector conforme va conociéndolos mejor, que es una meditación sobre quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos en la que sólo cabe un deseo de sinceridad y de apuesta por la defensa de los valores humanos. Sumémosle a ello una escritura matizada, medida y en estado de gracia continua y tendremos una novela que a cualquier lector podrá interesarle y que probablemente nunca desaparecerá.