Alberto Moravia: El conformista

Estamos solos, estamos irremediablemente solos, y en contadas ocasiones conseguimos comunicarnos con otros, hablarles desde lo que constituye nuestra esencia, que es contradictoria, quizá ciega, temerosa siempre. El conformista de esta novela se siente terriblemente solo y se integra en el grupo para alejar los fantasmas del miedo y el aislamiento. Se hace fascista, se convierte en agente del gobierno, se casa y busca tener descendencia, como todos los hombres que le rodean, llevados por la marea del tiempo y por la fuerza de los vencedores y los que dirigen a las masas. Es un hombre normal que anhela la normalidad después de haber matado a un hombre cuando él era un niño fascinado por las pistolas y atractivo para los pederastas. Arrastra el secreto y la culpa y cubre el hueco que crea en su interior con la integración en un mundo que, como a todos, se sirve de él, lo utiliza sin compasión, con absoluta indiferencia, pues donde no hay fraternidad nada existe, aunque lo parezca si se ven lucir banderas de alegría y libertad.

Alberto Moravia narra en tercera persona pero siempre desde una corta distancia del personaje, desde sus miedos y sus anhelos, desde sus actos y sus más íntimos pensamientos. Y crea una obra que es mitad acción exterior y mitad psicológica, magistralmente dialogada y llevada por terrenos de los que pocos autores pueden salir con logros y aciertos tan absolutos. Conduce la historia por caminos claros con sombras al fondo, acechantes, que sabemos que acabarán por adueñarse de todo. Elabora desde el más claro realismo la trama y la presenta con dos intrigas que palpitan al compás de los acontecimientos y andan por vías paralelas que terminan por encontrarse, pues Marcello es un agente secreto del gobierno y es reclamado para realizar una misión en la que tratan de eliminar a un enemigo de los fascistas. Y hay una materia que como pocas maneja Moravia: la palabra, la frase que se encadena plena de información y sentido, nunca alardeante, nunca enjundiosa porque sí: una palabra insustituible, un estilo que da color y forma a cuanto dice y cuenta y muestra y calla: una palabra tan fascinante como la de Faulkner, la de Proust o la de Flaubert. Y lo afirmo porque tengo a esta novela por una de las más grandes del pasado siglo, de las más necesarias para el actual y los venideros, pues a su valía como obra de arte maestra suma un conocimiento del ser humano inigualable, una apuesta por la comprensión de las dudas y las vacilaciones, la bondad y la maldad inextricablemente unidas -con Dostoievski como máximo inspirador de este mundo- que hacen aumentar el entendimiento hondo del ser humano, del que sufre y del que inflige dolor, del que asesina y es asesinado no mediante el discurso ni la tesis sino mediante la más pura creación y la más lograda encarnación en personajes que pueda imaginarse.