Descarnada historia en la que se evita vagabundear por caminos conocidos y se lleva al espectador a conocer a una chica de quince años que es capaz de amar a un adulto, luchar por soltar a una yegua presa exponiéndose a que le den una paliza, darle un cabezazo a otra chica de su edad en una corta discusión, insultar a su madre, negarse a ir al colegio y desear ser bailarina todo en una pieza, en una sola e interesante persona que podría ser la hija de un vecino o la amiga de uno de nuestros hijos. La cámara la sigue, es testigo de lo que ocurre desde cerca, nos muestra muchas veces su cara, falta de expresiones definitivas, aturdida, a la espera de algo que la emocione, como a toda ella, que parece vivir entre una nada cotidiana a la que se ha acostumbrado y un deseo pálido, sin nombre, de algo más. Si uno ve la película sin prejuicios, sin someter a las imágenes a una censura callada que puede surgir de nuestra manera de ver la vida, de estar en la vida con unos principios y una educación determinada, se soprenderá y aprenderá, compartirá con la chica y querrá a veces dar un paso atrás, como ocurre en tantos instantes en la realidad que espera fuera del cine. Es una película valiosa y sincera, que no le tiene miedo a ningún tabú, que nos obliga a dar un salto fuera de nosotros y nos recompensa con el recuerdo de alguien muy vivo y creíble. Seguro que algunas imágenes -acaso las más tiernas- nunca se os olvidarán.