José Enrique Campillo: La consciencia humana

    




   La vida es un enorme, casi invencible misterio: nos hacemos muchas preguntas sobre el origen y el destino del ser humano, sobre si se debe o no se debe ser trascendente, apocalíptico, cínico o acaso loco para que los días no nos venzan y nos dejen el sabor deleznable de la derrota tras su desaparición inapelable y vaciadora. Detrás de todas ellas late la más importante: ¿qué es la consciencia? —cuestión primordial que tira de todas las demás y las minimiza incluso, ya que si no sabemos qué nos induce a pensar, a actuar, ¿qué más da si somos inteligentes, animales o sombras en un oscuro túnel? Somos habitados por algo o alguien que nos presta pensamientos, ideas, reflexiones, sueños, y saber si somos nosotros mismos y estamos presos en la roca craneal o emitiendo desde otro lugar no es una elucubración vana para avanzados científicos que ya no se conforman con la explicación racional y sienten respeto por los descubrimientos que a la palestra trae sin descanso la física cuántica. A mí esto me inquieta y me apasiona a partes iguales, atendiendo al equilibrio que la vida cotidiana exige para no olvidar que es preciso comprar comida y almorzar y hacer la digestión antes o después de haber dedicado horas a viajar por la estrellas o por mundos paralelos fácil o difícilmente descriptibles. Agradezco el tono nada elevado —y la prosa solvente— con que se expresa José Enrique Campillo en este libro que me ha atrapado desde la página inicial, o no, más aún, desde la contraportada y desde el mismo título, un gran acierto porque al dejarlo sin ayudante, sin la línea subrayadora de un subtítulo revelador se me antoja aún más redondo, más pleno. Conocía muchas de las informaciones que Campillo recoge y ofrece de manera equilibrada y muy bien ejemplificada, he sonreído con otras que esperaba y otras más que desconocía por completo —leer mucho sobre un tema le priva a uno de sorprenderse a menudo pero le sirve para asentar y fijar convicciones— y mi periplo lector ha resultado enriquecedor y estimulante, pues a diferencia de lo que me ocurre con otros textos especializados no he sentido hartazgo ni desafecto, bien al contrario, acabo dominado por el acicate y el deseo de seguir profundizando en la materia, aún a la expectativa de recibir más y más páginas que, desde la pura ciencia, me acerquen a la certeza de que la consciencia humana no es un simple producto de la actividad cerebral sino, acaso, un misterio mayor y más envolvente, más creativo, más humano, diría, si se va confirmando que tiene una base en un espacio ajeno a la materia, a la carne, a lo perecedero. ¿Será la consciencia como la emisión de una radio, el cerebro como el aparato receptor, el ser humano otra cosa diferente a un puñado de nervios, instintos y placeres fugaces? Me adelanto a afirmar que sí, a proclamar que sí, y con libros como este de Campillo estoy cada día más seguro de no ser ridículo ni osado en extremo al decirlo.