Almudena Grandes: Los aires difíciles

    




   Las novelas de Almudena Grandes son un placer para el degustador paciente y reflexivo, también para el que gusta saber solo de una trama y unos personajes. Qué bien escribe, qué bien define, qué bien colorea con los adjetivos, cómo nutre al sustantivo con adjetivos inhabituales y armónicos, qué bien plantea los conflictos de los personajes y qué bien entra en ellos para contar sin forzarlos, sin que sean marionetas, objetos móviles en un entramado de sensaciones y vivencias: qué arte tiene Almudena Grandes al escribir. 

   Los aires difíciles se lee con gran deleite porque Grandes, además de escribir como pocos —su prosa es de las mejores que hay ahora y tiene la solidez necesaria para ser considerada una de las mejores de nuestro idioma, ayer, hoy y siempre— ofrece una historia que está surcada por emociones profundas cuyas raíces en los personajes van desvelándose poco a poco, como en las mejores novelas de misterio, y por una inquietud que despierta en el lector el ánimo participativo, como conviene a quien narra para un gran público. No hay elitismo en la obra pese a la prosa de frase alargada, de aliento en ocasiones extendido, de río que no se detiene ante nada —una secuencia es magistral, con la alternancia de dos acciones que se imbrican en un alarde de virtuosismo y perfección como pocas veces vemos en escritores de la actualidad: se habla en ella de la amistad entre hombres con una mirada tan pura y tan concluyente que cualquier otro creador solo puede celebrar y sentir sana envidia—, pues la cadencia es la de la voz que dice y espera ser escuchada, no se vuelva sobre sí misma, hacia su cerrado interior. No hay tampoco un deseo de sorprender vanamente, y se agradece que Grandes se haya aplicado a sacar y mostrar lo mejor de lo que la trama y sus buenos personajes podían ofrecer sin recurrir al efectismo, al suspense bestsellero ni a la indefinición valorativa, que habría convertido la novela en un susurro inefectivo que la habría alejado del gran logro que supone dedicar casi seiscientas páginas nunca excesivas ni estiradas a desarrollar lo que en otras manos, y más en este momento de nuestra narrativa herida por el afán de guionizar y dar mascado, habría quedado reducido en extensión pero también en esencia, en verdad si se hubiera apostado por narrar de manera superficial y cantarina o vulgarizante, sin una ambición profunda y contrastada página a página en este gran libro conseguido por una Almudena Grandes que destila amor por cuanto dice, calla y enseña en cada párrafo, en cada línea de Los aires difíciles, que no es una obra perfecta ni necesita serlo para asentarse en una categoría merecidamente destacadísima. 

   Hay reparos: que la criada vuelva a ser andaluza, lugar común en nuestros creadores que Grandes no ha conseguido sortear; que el acento madrileño sea claro y puro y envidiable y plasmación de mejora como indica el narrador cuando Maribel empieza a pronunciar mejor las eses; que la historia, galdosiana y de desarrollo nada previsible, hable de clases sociales pero no apueste más claramente por su evolución o desaparición, aunque esto queda compensado por la unión de una familia inesperada y que no responde solo al estímulo acogedor de la sangre heredada; que el melodrama sobrevuele a ratos y, aunque nunca llega a posarse ni a enturbiar la historia, jamás se aparte demasiado. Son los reparos que se le pueden poner a una autora tan importante como Almudena Grandes, a quien el que suscribe le exige más que a otros, porque el deslumbramiento, el hechizo que lo ha atado a estas páginas tan llenas de aciertos creativos es tan abrumador que los pequeños detalles le provocan incomodidad, la picazón que queda en el admirador que ve algunas pequeñas cosas entibiadoras que en la belleza que contempla considera injustas, no descuido ni acomodo sino trazo voluntario pero no vertido con la misma pulcritud o la misma gentileza. En cualquiera caso, esta novela no es solo una de esas que uno recomienda vivamente a un amigo poeta o a un amigo que escribe novelas y ensayos, sino a todo lector que quiera saborear lo más decisivo de la literatura, pues posee el imperecedero ingrediente de la palabra hermosa que tanto escasea y que Almudena Grandes entrega, afortunadamente, a espuertas en cada texto que da a imprenta.