Manuel Vázquez Montalbán: Galíndez


 



   Celebro la reedición que Anagrama ha hecho de esta grandísima, necesaria novela que va creciendo ante nuestros ojos y va convirtiéndose en uno de esos clásicos irreductibles e incómodos para algunos ojos y absolutamente imprescindibles para otros. Galíndez es una de las mejores novelas escritas en nuestro idioma en las últimas décadas, está muy por encima literariamente hablando de obras muy celebradas de autores como Vargas Llosa, Bolaño, Cercas, Aramburu por su valentía y su sinceridad, por su nítida manera de desnudar la realidad y no falsearla ni acomodarla a un único sentimiento, una única posibilidad. Vázquez Montalbán entendía la realidad como algo pujante e innegablemente político, como un compromiso con quien se había esforzado por comprometerse y adelantar la cara para que pudieran rompérsela los falsos centrados del conservadurismo. Nunca se escondió ni renegó de sus ideas, nunca retrocedió ni se alimentó de conformismo ni de la vacuidad de la lucha contra lo comúnmente aceptado como malo. Siempre fue más allá, siempre se expuso, y su literatura está siempre viva, siempre es comunicativa y empatizadora, no carece jamás de lo que se espera de lo mejor del arte: verdad. Nunca hay falseamiento en la obra de Vázquez Montalbán, nunca falta la más aguda lucidez, nunca se le lee para pasar simplemente el rato ni para corroborar una idea previa.
   Galíndez tiene una raíz poética en su prosa, una esencia poética que atrapa los instantes y los momentos que se narran con una voz que está siempre cerca de la epifanía, de la clara inmediatez, de la exclusividad de percepción de una mirada única. Puedes abrir el libro por la página que prefieras y encontrarás frases y párrafos memorables, tallados en una roca nunca dura, movible, que sostendrás ante tu ojos con admiración. Es la escritura de un coloso de nuestras letras, de un autor irrepetible, en la cima de su creatividad y en la cima de la creatividad de todos los escritores de su generación. Solo leyendo a Juan Carlos Onetti, a Faulkner, a Caballero Bonald, a Philip Roth he sentido igual intensidad, igual pureza y potencia narrativas. Es esta una novela hecha para quien quiere leer fragmentos y para quien quiere leer un todo, una de esas rarezas que aúnan lo mejor de la novela y de la voz poética, la sensación poética: pero no una poesía que deriva hacia lo lírico y bello sino hacia lo lírico y humano, que en definitiva es lo que a todos nos toca y a todos nos incumbe.
   Denuncia e indagación, escenas insuperables como la de la tortura de Galíndez, asunción de la limitación del cuerpo como escenario en el que se desarrollan liturgias pequeñas y liturgias cósmicas, melancolía y desafección, destino entendido como suma de nuestros actos y destino como suma de nuestras inocencias vistas por otros como actos culpables, ciudades conocidas y vueltas a ver desde la mirada de los que están pisando la Historia porque quieren imponer su historia: todo eso está en esta obra maestra, así como la personalidad y la memoria y el deseo de justicia de su autor que mediante el diálogo y la hibridación y la exigencia creativa se nos muestra como una persona entera, igual que pasa en libros biográficos o autobiográficos, y no estorba sino que, por el contrario, enriquece y ayuda a perfilar, a entender mejor, a compartir y a pensar que la materia con que está forjado este libro es fuego íntimo y no frío metal acopiado para la ocasión.
 Galíndez es una de las mejores novelas de nuestra literatura, y es tiempo de ir asumiéndolo y celebrándolo.