Jorge Luis Borges: Tlön, Uqbar, Orbis Tertius

 



   Borges tenía tanta capacidad creativa que no se conformaba con la realidad de este mundo, podríamos decir tras la lectura de este relato, y necesitó inventar otro. No es empresa menor. Para llevarla a cabo con éxito se precisan muchos conocimientos y, sobre todo, mucho humor. Hace muchos años, cuando enfrenté las primeras lecturas de relatos de Borges, me quedé más bien frío porque frías me parecían las historias e incluso el estilo del gran escritor argentino. Había algo que me tiraba fuera de las páginas de sus libros. Andando el tiempo, en esta época de relecturas voy comprendiendo que me faltaba humor o entender el humor de Borges, que su poesía chocaba contra mi forma algo superficial de entender la poesía, que lo que cuentan sus relatos no me llegaba porque yo interrogaba a aquellos textos como si de las líneas y de los párrafos tuvieran que manar sabidurías aplicables de inmediato en mi vida. Y ahora veo que Borges iba más allá para lectores como yo: sus relatos son para la degustación lectora sin más y también una inversión para el futuro, para el camino de las ideas que han de ponerse en cuestión, de las emociones que entrañan develamientos que acaso no se saben nombrar, para el encuentro con lo que estaba anidado y aguardando a ser comprendido -dentro y fuera de mí. Cuentos como este le hablan a mi experiencia lectora, a mi manera de entender y apostar por un mundo, y asimismo me desarman para no ser vehemente ni taxativo y ser en cambio más permeable e indagador por el camino que acaso me niega y me ordena no insistir en lo que ya sé. Acaso es el camino que puede llevar a poder entender aquí y ahora relatos como este, sobre mundos que no existen o existen de pleno en el centro de nuestro ser.