Virginia Woolf: Phyllis y Rosamond

   Nada es tan fácil como para ser juzgado solo por su apariencia.
   No se puede juzgar fácilmente a una chica criada para estar en casa, vestirse adecuadamente, aceptar al pretendiente adecuado y no pensar más que en lo necesario para dar el siguiente paso seguro en su vida. Hay que comprender y saber antes de juzgar. Y quizá es mejor no juzgar. A eso invita Virginia Woolf en este relato protagonizado por dos hermanas que no se saldrán jamás ni un ápice de lo propuesto por sus padres, lo administrado por su padres, lo instituido por sus padres. Al acercarnos a su actos, pero sobre todo a sus pensamientos, donde reside otra verdad distinta a la de lo hecho a la vista de todos, la gran escritora inglesa nos propone no un gesto de desprecio inmediato, sino un retrato. Y además un retrato que apuesta por lo veraz, por lo que no está manipulado y no quiere llevar a una conclusión preestablecida. Woolf pone en sus palabras mucho juicio, del bueno, del que es ante todo ojos abiertos y sensatez, y quiero pensar que se debe a su espíritu libre y su mente abierta, no sojuzgada. Y pone sobre la mesa ideas a las que echar un vistazo calmo con que repasar algunas cuestiones aún firmes en su tallo verde y sano.

   Recuperar a Virgnia Woolf aquí y ahora es como sentir que de nuevo empieza un pasado más cierto y mejor, con posibilidad de enmienda. Un recomenzar literario y vital que es tonificante y casi puro.