Carlos Fuentes: La muerte de Artemio Cruz

   


   Perduran las novelas en las que sus autores arriesgaron, se atrevieron, buscaron que su obra corriera hacia un hueco en el que podrían llegar a ser inmortales. La muerte de Artemio Cruz es una de esas novelas inmortales que con el tiempo ganan en consistencia, en verdad y en bravura: la de alguien que indaga poderosamente, plantea excelentes preguntas, no renuncia a nada con un material importante entre manos. Hubo una época en la que algunos escritores se exigían mucho y pujaban detrás de la excelencia literaria. Ahora hay mucha literatura epigonal. Y demasiada novela con aroma decimonónico. 
   La muerte de Artemio Cruz es una novela inmortal porque el dominio de la lengua y de los recursos literarios de su autor ayudó mucho, sin duda. Pero lo es también porque orilló el conformismo, el deseo de hacerse entender fácilmente, renunciando a lo fácil y lo evidente y lo conocido, porque Carlos Fuentes escaló una montaña y no bajó corriendo hacia el llano cómodo de la lengua restringida y la frase encabalgadora y despojada de sustancia propia. Quizá también es inmortal porque hubo una previa asunción humilde y proteica de influencias muy recomendables: detrás de este gran libro están nada menos que Balzac y Faulkner. 
   Se nos cuenta la vida de un hombre rico que nació muy pobre y vivió los años de la revolución mexicana, se las ingenió para obtener fortuna, apoyó a quien lo ayudaba a enriquecerse cada vez más en La muerte de Artemio Cruz. Se nos habla de sus relaciones con hombres que tienen poder y mucho deseo de mantenerlo, de sus amores con una esposa que nunca lo amó y varias amantes que lo quisieron. Y lo hace Fuentes con una variedad de registros, una riqueza compositiva realmente excelentes, usando la primera, segunda y tercera personas narrativas con destreza inigualable para desvelarnos cómo Artemio lucha contra su muerte y contra sus recuerdos. Es difícil hallar una sola página en esta ejemplar obra que no detenga al lector invitándolo a la relectura, a la degustación pausada de de tropos o de ideas. Vive aquí pleno y feliz el género, permeable y mayúsculo gracias a sus logros y su plasmación de las cosas y los sentimientos de los hombres, como lo hace también en Tiempo de silencio, de Martín Santos, otra de las grandes novelas del siglo pasado, otro gran logro en el que forma y fondo son indisociables y están pensados para que nos sumerjamos mejor y más plenamente en la conciencia de alguien como nosotros, que sufre y ha amado, que teme y añora y anhela y se rebela y no cae sin luchar, en medio de todas las contradicciones, todo el dolor causado, toda la sensibilidad y toda la insensibilidad que definen y se agrupan en una sola persona, buena y mala, querida y odiada pero siempre cierta. 
   De delante atrás, desde el lecho de muerte hasta el lugar de nacimiento, vamos acompañando a Artemio mientras desgrana sus recuerdos, a Fuentes mientras crea una novela llena de sana enjundia y de amor por la literatura, profundamente honrada con el lector, crítica y exigente, abierta y generadora sin duda de más literatura de gran valor, de más mentes despiertas, reacias al adocenamiento y a ver con los ojos cerrados lo que aparezca en su camino, posibilitadora de virtudes que incardinan evolución y compromiso, eso que asusta tanto ahora y que sin embargo es tan urgentemente sinónimo en esta actualidad nuestra de egotistas e individualistas de aquello tan viejo y casi tan olvidado como es el humanismo.